viernes, 10 de agosto de 2007

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INSTITUTO DE ESTUDIOS ALMERIENSES
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Narrados por Frasquito Bullón, de Dalías.

Cita

La creatividad no es un proceso de llegar a ser o lograr, sino un estado de ser, en que el esfuerzo de la búsqueda interesada está totalmente ausente.

J. KRISHNAMURTI

Índice

- PRESENTACIÓN Lola Criado
-LA VIDA ES PORQUE TENGO PALABRAS Pepe Criado


. LA MONA
. SUFRE COCHURA POR HERMOSURA
. EL GALLO PELAO
. LUISA EN EL ZARZAL
. FIEL JUAN
. PEZ, PEZ, ¿CUMPLES CON TU DEBER?
. LA VACA FLORIDA
. JUAN SOLDAO
. EL DON DE LA OPORTUNIDAD
. EL LOBO QUE LE CRUJIO LA RABERA
. BOTA, HIJO MIO BOTA, QUE ES DE LA VIRGEN LA PELOTA
. LOS TRES CONSEJOS
. LA SUEGRA DEL DIABLO
. MARIA, TRES AL DÍA
. LA BOTA DE FRANCISCO
. LAS TRES GUARDÍAS DE ROBERTO
. EL HOMBRE QUE ENTENDÍA A LOS ANIMALES
. CHOCLA, ÁBRETE
. EL HAMBRE DE UN MILLONARIO
. POR UN PELO
. EL PICAPEDRERO
. EL LEÓN EN QUINTANADUEÑAS
. EL RAMITO DE NOGAL
. LAS TRES SONRISAS
. ¡COMPONTE MANTEL!
. PECECITO, PECECITO, UNA COSA NECESITO
. EL DRAGÓN DE LAS SIETE CABEZAS
. LOS CINCO GÜEVOS FRITOS
. LOS DISCÍPULOS DE TROMPÍN
. LA MARRANICA QUE CAGÓ MANTECA
. EL AHIJADO DE LA MUERTE
. LA LÁMPARA DE FRANCISCO
. PIEDRA DE HONOR, CUCHILLO DE AMOR
. LA MENTIRA MÁS GRANDE
. EL AMIGO DEL DIABLO
. EL HIJO DEL DIABLO
. PERÚ EL DE MARRAS
. MARIQUILLA TRIQUI
. EL LEÓN Y EL TIGRE
. NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO
. LAS MIL Y UNA NOCHE

Presentación: LOLA CRIADO

Hace mucho tiempo, casi tanto que comenzaba el siglo, nació, en el piropo de La Alpujarra llamado Dalías, Frasquito. Su segundo apellido, Bullón, tan poco corriente en la zona, hizo que su nombre quedara así: Frasquito Bullón.

Su infancia era la infancia de la época: mucha calle, animalillos, algunos y escasos juguetes y trabajo, mucho trabajo; cuidando cabras, recogiendo almendras y, por último, la fragua.

La fragua marcó su vida, desde los 9 a los 65 años vivió por y para la fragua. El carbón, el hierro, el yunque y el marro, y las pequeñas herramientas del trabajo en La Alpujarra.

Conoció la guerra y ni la quiso ni la recordó. Fue para él, el pasaje malo de un cuento.

Desde que nació vivió rodeado de gentes pacíficas y tranquilas como todos los alpujarreños. Sus horas estaban llenas de cuentos y leyendas. Su madre, lectora autodidacta e infatigable, le contaba, junto con sus tías, muchísimas historias de tradición oral. Su trabajo en la fragua hizo que siguiera conociendo historias, chascarrillos, cuentos, ya que con el auge de la uva se llenó Dalías de gentes de La Alpujarra. Frasquito, en su taller artesanal, oía, entre golpes de marro y ruido de fuelles, historias de otros lugares. Y todas las iba archivando en una memoria prodigiosa.

Le contó los cuentos a sus hijos y a sus vecinos en las noches de verano tomando el fresco y en el invierno al amor de la chimenea, a sus nietos, en los en los largos días de su vejez, siendo y sintiéndose útil y sabio, como los viejos de todos los cuentos y anteriores culturas.

Hoy, continuará entreteniendo con sus chascarrillos a las legiones de bienaventurados, sin hacerse notar demasiado, pero con la frescura de lo auténtico, del pueblo.

Y me tiembla la mano cuando recuerdo su filosofía, su vivir.“Ca uno es ca uno y todos somos hijos de las circunstancias.”

Y recuerdo con orgullo, como se le recuerda por las personas que le conocieron: Un buen hombre.

Su vida, como la mayoría de sus cuentos, también tuvo su final, y entendemos que fue un final feliz, rodeado por su familia y sus vecinos, querido y respetado por todos, sin sufrir ni haciendo sufrir.

Y dejándonos la esperanza de que, algún día, volveremos a oírle.¡Cuantas historias nos tendrá preparadas!

Ahora disfruta de sus cuentos, de su lenguaje sencillo, de su popular retórica y verás como te identificas con un acervo cultural, que por desgracia, tiende a desaparecer.

La vida es porque tengo palabras: PEPE CRIADO

Mi abuelo paterno murió a mediados de los años 60. Yo era bastante niño pero le tengo, entre otros vagos recuerdos, en dos imágenes muy concretas. Una de ellas, imborrable, es su pausado andar, la calle de la fuentecilla arriba, cargado de leña y, curiosamente, esta imagen la recuerdo acompañada de sus mañaneros golpes partiendo los troncos de parra en la puerta de la casa.

Afortunadamente no tengo disociados imagen y sonido en uno de mis recuerdos más queridos en la infancia: Mi abuelo José sentado frente a la chimenea, con su chalequillo, la pelliza por los hombros y los pantalones de pana negros, nos "echa" cuentos a mis dos hermanas y a mí.

Lo único malo de los inviernos en Dalías es que no hace frío pero, no obstante, alrededor de aquella chimenea, en una casa humilde, tuvimos la dicha de inundarnos del calor que no entiende de temperatura sino de sentimientos.

Años después supe que había sido mi abuela la verdadera apasionada de los cuentos populares. Aprendió a leer con mucho esfuerzo y convirtió cualquier cosa legible en su deleite, por lo que no resulta extraño que de los cuentos que "echaba" a hijos y vecinos podamos ver versiones en los popularizados de Calleja o los grandes escritores de su época.

Pero también sus historias le llegaron de la más pura oralidad; variantes de estos cuentos podemos encontrar en el resto de Andalucía (RODRIGUEZ ALMODOVAR); en Asturias (ARRIETA GALLASTEGUI), donde se cuenta El herrero de Posada, similar a Juan Soldao; en Marruecos, donde se narra el cuento Las dos cabritas (Pág. 94) que es paralelo a El picapedrero aquí narrado, y, también, Lunya, similar a nuestro Luisa en el zarzal (Pág. 206) (GIL GRIMAU/IBN AZZUZ) o en el Líbano, donde se cuenta La historia del pez mágico, (Pág. 126) similar al Pececito, pececito, una cosa necesito, incluido en este libro (HANAN AL-SHAYKH)

De mi abuela, que murió tres meses después de nacer yo, la tradición familiar de contar cuentos quedó en su hijo mayor, mi tío Francisco Criado Bullón, nacido en 1915 y conocido familiarmente en Dalías por Frasquito Bullón. Él ha mantenido en vilo a bastantes generaciones de chiquillos del barrio de La Herrela, en la puerta de su casa, durante las noches de verano y ahora su voz queda en estas páginas, aprisionada porque pierde el vibrante instante de oírsela en directo, pero reveladora de la recreación que cada persona hace de la vida a través de la palabra.
Agradezco a mi tío la paciencia conque me honró cuando aquel verano de 1988 estuvimos grabando estos cuentos y también le agradezco, tanto como a mi padre, su hermano, el especial don de paladear la vida en permanente contemplación y constante sorpresa ante lo cotidiano que nos han transmitido a toda la familia.

Y celebro el curioso paralelismo que este libro tiene con el titulado Cuentos populares andaluces publicado por la Universidad de Sevilla y preparado por el filólogo Poul Rasmussen con textos narrados por la sevillana María Ceballos. Realizamos la recopilación de los cuentos en los mismos años, con el mismo método, grabándolos, y con el común fin de transcribirlos en andaluz, con las expresiones y palabras tal como fueron contados.

Doy las gracias también a mi tía Merceíca y a mi prima Rosalía, que pusieron todo el interés y siguieron las grabaciones para que fueran lo más fieles posibles a la tradición oral.

Y, cómo no, gracias a mi tío Frasquito, que siguió la costumbre familiar de contar estos cuentos hasta nuestros días y que hizo posible que ahora estén reunidos en este libro ya para siempre.

En Dalías, sobre 1925, con diez años, él ya oía estos cuentos, según sus propias palabras: To estos son cuentos que me contaba mi madre al calor de la chimenea, con la lumbre de troncos en la chimenea.

LA MONA

Un rey tenía tres hijos. En el palacio vivían mu agustico, mu bien. Era un rey mu bueno, tenía buenos administradores y llevaban mu bien la nación ¡vaya! vivían encantaos de la vida. Pasa el tiempo, y lo propio, los hijos se van poniendo grandes; se ponen ya pollanconcillos, van al colegio, se educan... Cuando el mayor llegó a la mayoría de edad le dice su padre:
- Mira fulano, vas a salir y vas a tráete un vestido de novia de lo mejor que haiga, el mejor que encuentres en el mundo. Tú recorre el estao y el que más te guste lo traes.
Pilla su caballo, que eran los aroplanos que había entonces, pilla el caballo pum pum pum y recorrió to el estao. Al mejor telar que llegó encontró lo más bueno que había y lo más bonito; pues fue y se lo llevó a su padre. Hicieron un restriño, lo pusieron presentao en una urna y le dice el padre:
- Bueno, ya es un trabajo que has hecho. Ahora vas a pillar el camino y vas a tráete los zapatos más bonitos que haiga.
Pos va, coge su caballo, pilla el camino y recorre otra vez to el estao y to los maestros zapateros y llevó a su padre unos zapatos que era lo que había que ver en el asunto de zapatos. Cuando ya tuvieron el vestido y los zapatos puestos en la urna, el rey le dice al del medio:
- Tú tienes que hacer como tu hermano.
Hizo lo mismo, recorrió el estao, y si lindos eran los que llevó el primero pos más lindos eran los que llevó el segundo. Sale haciendo su recorrío, y si el vestido lo llevó bueno el primero pos el segundo no le iba en zaga; como es natural le dijo el hermano donde estaban los sitios donde había comprao. Y con los zapatos los mismo.
Cuando ya estaban el vestido y los zapatos que habían traío cada hermano en una urna, el padre llama al menor. Y el menor era más chungo, ¡era más chungo que decilo!
- Mira lo que han hecho tus hermanos; mira qué vestidos y mira qué zapatos, ¡dan ansias de velos!, ¡se van de la pared de lo hermosísimos que son! A ver lo que tú haces.
Conque entonces va el menor, se echa a reír con sus chungas y pilla el caballo, le echa la brida así por lo alto del cuello y le dice:
- Vamos donde tú quieras.
Y el caballo sale anda que te anda, anda que andarás. Y sigue un día andando, otro día andando; ande le parecía hacía posá o hacía noche, según le pillara, o en la posá la estrella o algún pueblo, según le pillara al pobre pos así lo iba haciendo.
Conque llega a un bosque cerrao que no había por donde menease. Ya que s’ha dentrao un cacho en el bosque, ve un mono por aquí, otro mono por allí, otro por aquel lao y otro por el otro lao. Y el caballo anda que te anda, no paraba. Conque llega al medio del recinto que tenían los monos y salta una mona y dice a otro:
- Je, je, ¿no sabes una cosa?
- Pos ¿qué pasa?
- Mira el hijo del rey que viene buscando, nada, ya ves tú, unos zapatos.
- Escucha, pos aquellas esparteñas que nos encontremos en aquellos cerros, ¡que se las lleve!
De modo que se bajó del caballo, estuvo saludando a la mona, comió, descansó el caballo. Pa irse pilla sus esparteñas hechas peazos y llega al palacio y le dice al rey:
- Padre, mire usté lo que traigo.
- Sí hijo mío, eso merece lo suyo, lo mismo que lo de tus hermanos.
Y puso las esparteñas en otra vitrina al lao de las otras dos.
- Ahora tienes que traer el vestío.
- No tengo inconveniente ninguno; lo mismo que he traío los zapatos me traigo el vestío.
Le echa la brida otra vez a lo alto el pescuezo al caballo y dice:
- Lo que tú quieras, lo mismo que antes haz ahora.
Pues el caballo, ni corto ni perezoso pum pum pum pues el mismo camino. Ya los monos estaban a expectativa y lo columbraron.
- ¡Eh! ¡Que ya viene el hijo del rey! ¡Que ya viene!
- ¿A qué vendrá ahora?
- Ya nos enteraremos, ya nos enteraremos.
Conque ya, la que estaba más avispaílla allí dice:
- Ya está aquí otra vez. ¿A que no sabes a qué viene ahora?
- ¿A qué?
- Ahora viene a por un vestío de novia.
- Escucha, no hay problema. Ahí hay una roílla que está hecha peazos y dásela que se la lleve. Cogen la roílla y se la lían en un cacho palo. Sale andando y llega al palacio.
- Padre, tome usté lo que ha mandao. Esto es lo que traigo.
- Nada, hijo mío, nada. Cuando lo has traío se tiene que poner ahí a su sitio.
Ya estaban las tres vitrinas completas. Y claro, tos los que llegaban y veían las dos cosas tan lindas y la cosa tan deslinda pos era una pura risión. Y dice el padre:
- Bueno, ya están los zapatos y el vestido de novia; ahora falta la novia. De modo que tenéis que buscar una mujer que os agrade y que podáis convivir to la vida, que esto es una cosa que es sagrao, que es pa siempre. Lo mismo que yo me casé con vuestra madre vosotros tenéis que hacer lo mismo con vuestras mujeres.
Sale el mayor pim pim pim anda que te anda con su caballo haciendo su recorrío, lo natural, y buscando a ver. Cuando vio él una que hablando siempre en reuniones y eso, se lo propuso y dijo que sí. Preparan las cosas y se van a palacio. Y si hermosísimo era lo que había allí puesto, lo que había llevao lo primero, aquella pintura de mujer tan hermosa, tan linda, pues aquello deslumbraba al sol.
Los palaciegos y tos los que llegaban a ver la novedad se queaban con la boquita abierta al ver aquél cuerpo, aquellos ojos, aquella cara, aquél perfil de mujer. Bueno, entonces el rey le dice al del medio:
- Mira tu hermano, ahí no se puede perder na, a ver lo que tú haces.
Sale el segundo pum pum pum se hace el recorrío y si guapa era la mujer que llevó el hermano, no le iba en zaga la que llevó él pa convertirla en princesa, nada, mu bien, una habitación pa una y otra habitación pa otra hasta que fuera el casamiento. Y le dice el padre al menor:
- Mira ahí tus hermanos. Tú termina también.
- Yo... lo que venga viene bien.
Conque pilla el caballo, le echa otra vez la brida al cuello y le dice:
- Tira de la ruta que quieras, que ande tú me lleves allí que voy.
Sale el caballo pim pam pim pam pim pam al mismo sitio. Ya hasta los monos chiquitillos lo conocían y meneando el rabo, de contento tos decían:
- ¡Ya viene! ¡Ya viene!
Pero más contenta meneaba la mona el rabo tavía. Llega a mitad del recinto y le dice una mona a otra:
- ¿A que no sabes a qué viene ahora?
- Sí, mujer, nos vamos a enterar, pero ahora mismo.
- ¡No! ¿Sabes a lo que viene? A llevase a una princesa pa casase con ella.
Y entonces dice la otra mona mientras se monta en lo alto de la grupa.
- Pos yo me voy con él.
Se monta en la grupa del caballo, se abraza a él por detrás y sale el caballo pum pum pum camino del palacio. Hacían noche... donde les pillaba allí se quedaban. Él con su mona debajo de un árbol, en una cueva o donde pillaban. Llegan a palacio y estaba la gente, los palaciegos y tos, a ver lo que traía el príncipe; como ya tenía lo que tenía allí pensaban que arreglá al santo así sería la peana. Se presenta al rey.
- ¿Qué traes ahí?
- Mi novia.
- ¡Hombre por Dios! Bueno, mu bien. Llévala a su habitación.
Pasaron los días, hicieron una fiesta y organizaron la celebración del casamiento de los príncipes, ca uno con su novia. Las dos primeras se habían probao los zapatos, y los vestíos lo mismo, y le sentaban a la perfección, estaban que daban encanto. Y allí estaban las esparteñas, la roílla lía en el palo pa que no se cayeran los cachos y la mona.
Organiza el rey la fiesta, y ya ves tú si invitarían a personal, como es natural, de tos los alrreores, del palacio, de familiares d’ellos y de las novias, pero de monos nada, na más que la mona. Y tos se queaban haciendo cruces: "¿Qué va a hacer el rey con eso?" "¡Pos anda que el príncipe con la mona!"
Va el rey, prepara la ceremonia, ya estaban to los grandes allí, y maceros, la orquesta lista pa empezar el baile. El rey primeramente tenía que bailar con las tres novias y saca a la primera.
- Señorita, ¿me acompaña a inaugurar el baile?
Se ponen a bailar y pom pom pom ¡ya verás! una cosa de miedo de lo bonito y les hicieron muchos aplausos. Baila el rey con la segunda y terminan pos lo mismo, con un aplauso.
- ¡Veremos a ver ahora el rey con la mona!
A la mona le habían puesto unos lacicos y le dice el rey:
- ¿Baila usté, señorita mona?
Y al decir eso se le cayó la piel y resultó una princesa, que si guapas eran las otras dos, le ganaba a ellas y a otras dos más de guapa. Sus zapatos eran de oro y diamantes, una cosa imponente de bueno; y si es el vestío, de lo que no había. Entonces le dijo ella:
- Mire su majestad. Mi reino, por una cosa que hizo mi padre, nos castigaron y nos convirtieron a tos en monos. Y hasta que un rey no dijera las palabras que ha dicho usté no se rompía el encanto. De modo que ahí se queda usté con sus dos hijos y sus dos yernas, pa ellos que sea el reino, que nosotros con el mío tenemos bastante y de sobra.
Ya se casaron los tres, vivieron felices, comieron perdices y una mijica de alcaravea pa que tú te lo creas.

SUFRE COCHURA POR HERMOSURA

Una vez había dos hermanas y tenía ya la más joven lo menos setenta años, ya viejas, demacrás, to su ilusión es que tenían ganas de casase. Y la gente del pueblo, que lo sabía, que las conocía, como nos conocemos tos en los pueblos, y sabían que no podían ni siquiera arrastrar las patas las pobreticas. Pues llega un viajante, y en aquellos tiempos venían y se tenían que tirar un par de días en el pueblo porque no había coches ni correos.
- Bueno, ¿cómo le vamos a dar el chasco a estas?
Y había una mujer en el pueblo que hacía, con rábanos, hacía unas manos que parecían de verdad, lo mismo que se lían las ristras de ajos. Ya sabían que aquel viajante tenía ganas de casase con una mocica del pueblo y las de pueblo y las de capital toas saben leer y escribir. Como sabían que tenía mucha gana van y le dicen a aquella:
- Vas a hacer una mano, una mano de rábanos pero que sea perfecta.
Y pillan al viajante, y en combinación con otro, van a casa de las hermanas y tocan.
- ¿Quién?
- Servidor.
- Aquí vivimos dos mocicas que no queremos abrir, que hay mu malas lenguas luego.
- No, no, si yo lo que quiero es na más que des... agarrar una mano na más por debajo la puerta.
Las puertas en aquél tiempo tenían gateras pa que entraran los gatos a por los ratones, no había matarratas. Conque va una y mete la mano de rábanos, la tienta el tío.
- ¡Uy, que mano más suave! ¡Qué cosa más linda! Yo contigo me caso.
- Yo también, yo también. Pero tenemos que casanos a ciegas, no me tienes que ver hasta que nos acostemos.
Total, les echan las bendiciones, y ya de noche, cuando van a acostase, enciende un candil en la habitación y el viajante, de que ve aquél esperpento, la agarra y la tiró por el balcón. Y había un peral mu grande debajo y en una rama se quedó la pobre enganchá.
- ¿Y adónde voy a la hora que es? ¿Cómo salgo yo de aquí? Pasaré aquí la noche y por la mañana me iré por ahí que Dios me ampare.
Así que el viajante se acostó y se quedó dormío. A esto ya, casi entre dos luces, queriendo venir el día, pasan por allí tres cornejas volando. Y dice una:
- ¡Ay que ver! ¿No sabéis lo que ha pasao?
- No.
- Pos que a la tía Melindres, que está con la hermana, la pasao esto. Han hecho una mano y sa casao con un viajante engañao, y el pobre, cuando ha visto eso, la tirao por el balcón y fíjate la tía Melindres donde la tienes ahí.
- Mira, ¿pos sabes tú lo que voy a hacer? Que yo la voy a poner de quince años.
La puso de quince años y la vieja se convirtió en una moza, ¡ya ves tú, con quince abriles! Conque dice otra corneja:
- ¡Pos yo la voy a poner con un pañuelo de seda de los que se vayan!
Y el pañuelo es que se iba de la seda hermosa y lo bien hecho que estaba. Y dice la otra corneja:
- ¡Pos yo le voy a regalar el vestío de novia más hermoso que se pueda conocer!
Y se quedó vestía de novia ¡vaya, hecha una maravilla! Conque por la mañana, y la pobretica llorando, abre él el balcón pa que entrara la gracia de Dios, pa vestise y ise, y la ve.
- Pero, ¿qué haces ahí, muchacha?
- Que quiere usté que haga, pos si anoche me tiró usté por el balcón.
- ¡Que yo te iba a tirar a ti por el balcón! ¡Pero que estás diciendo mujer!
- Pos yo de aquí no puedo meneame ni he podío soltame, aquí estoy enganchá en el peral.
Fue, la descolgó del peral. Ya se metieron en la casa y estaba él más contento que unas pascuas.
- ¡Anda que la perla que yo iba a tirar! ¡En el mundo! ¿Quién me iba a decir a mí esto? Pero mujer y por qué no me dijites...
- Si me tomates y me tirates, no me dio tiempo a decir na.
Ya hicieron su vida normal. Él pilla el camino, se iba por ahí y venía. Pero la hermana de ella se ponía:
- ¡Tata, tata, tata, yo quiero casame, yo quiero casame!
- Pero mujer, ya te sadrá novio.
Y un día se pone ella en combinación con el barbero y le dice:
- Mira, me pasa esto con mi hermana y vamos a quitala del medio. Yo te pagaré bien pagao. Yo le diré que es que m’han afeitao y tú te encargas de afeitala y le cortas el pescuezo.
Y le dice a su hermana:
- Pos mira fulana. Es que me pasó esto, el barbero me afeitó y mira que bien m’ha dejao.
- Yo quiero también, yo quiero.
- Te hará daño y to eso, tú no te preocupes.
Se va al barbero, se sienta y se lía el barbero venga dale jabón. Y ella venga decir:
- Sufre cochura por hermosura... sufre cochura por hermosura... sufre cochura por hermosura...
Y en una de esas hace ¡cataplum! le cortó el pescuezo. La enterraron y ella siguió viviendo tan agustico.

EL GALLO PELAO

Había una madre viuda que tenía tres hijas. Se casa la mayor con un escribano, se casa la del medio con un labraor y la menor se casó con un meico. Las tres se colocaron.
La madre vivía en su casa tan agustico. Cuando quería iba aca una, cuando quería iba aca la otra; cuando ellas querían iban aca su madre, en fin, lo que es la vida. Se llevaban bien. Pasa el tiempo y tenía la madre un puñao de gallinas bien hermosas y un buen gallo. Un día dice:
- Cucha, estoy jarta de tener to los días el gallo ahí en el gallinero. Es fiesta hoy, voy a matalo y me voy a ir aca mi hija, aca la del escribano.
Ya, pilla el pollo, le echa la caña al pescuezo, lo espluma, lo pela, en fin, lo deja bien arreglaico y llega aca la hija y toca.
- ¿Quién?
- Abre hija mía; mira, que tenía este gallo, como tú sabes, tan hermoso y nos lo vamos a comer en tu casa en gracia de Dios. Vamos a celebrar la fiesta.
- ¡Ay, madre! ¡Que bien has venío!
Siempre había en aquél tiempo tres misas, una la misa de madrugá, otra la misa de la mañana y luego la misa de once. Y la hija quería ir a la primera.
- ¡Has venío como Dios, mama! Como has venío tempranico voy a ir a misa. Ahí te queas.
Pues ahí se queó con dos o tres criaturas que tenía. Y el escribano tenía papeles allí, papeles aquí, tos bien puestos.
- Vaya una hija marrana que tengo ¡en el mundo! ¿Cómo iba yo a pensar que esa es hija mía? ¿Quién va a decir que esa es hija mía? ¡Con lo curiosa que yo soy y cómo tengo mis cosas y mira aquí la de papeles...!
Hizo to los papeles un montón ¡ya ves tú lo que hizo! y los puso ahí pa pegale fuego. Al rato llega la hija.
- ¿Qué, mama, y los niños?
- Na hija mía. Pero nunca creí yo que eras tú tan marrana como eres. Mira to los papeles que tenía tu marío ahí, tos los he hecho una pila pa que le pegues fuego. Te quitao las cosas del medio.
- ¡Ay, que mala madre! ¡Lo que has hecho! Cuando venga mi marío me mata.
- ¿Ah sí? ¡So zorra! Ven acá, trae mi gallo.
Pilla el camino, coge el gallo y se lo lleva aca la del agricultor. Toca.
- Pom pom.
- ¿Quién?
- Abre hija mía. Mira, que he matao el gallo que tenía en la casa y nos lo vamos a comer ¡Amos a celebralo que es fiesta hoy!
- ¡Ay, madre! ¿Sabes que has venío como Dios? Ten cuidao de los niños ahí que voy a misa.
Conque se pone, le dio una vuelta a la cocina, limpió lo que pudo y llega al atroje, donde tenía el hombre el trigo en un lao, el maíz en otro, el centeno en otro, la cebá en otro...
- ¡Anda! Marrana era aquella, pero anda que esta. Una cosa aquí, otra cosa allí.., pos si marrana era aquella peor es esta, ¡vaya parto que hice!
Fue y tó lo pasó junto. Viene la hija y le dice:
- ¿Y los niños, mama?
- Ahí están hija mía; pero nunca creí yo que eras tan marrana como eres. Tenías ahí una cosa, aquí tienes otra, mira... en un sitio te lo he puesto tó.
- ¡Ay que mala madre! Cuando venga mi marío me mata.
- ¡Ah, digo! ¿Y encima de tó me vas a decir mala madre? ¡Venga mi gallo que me lo llevo!
Conque se lleva el gallo aca la del meico.
- Pom pom.
- ¿Quién?
- Abre niña, que mira, he matao el gallo y nos lo vamos a comer en gracia Dios aquí en la casa.
- Mira mama, has venío bien porque es la misa de postre.
Y se fue a misa. Allí el meico no tenía el pobre na más que los auriculares esos, tó lo que tenía se lo llevaba cuando iba de visita. Tenían una niña mu chica y tenía el angelico mucha caspa en la cabeza, le echaban pomá pa curasela. Entonces había muchos piejos y liendres y pilla al angelico con la lendrera, y venga dale con la lendrera, venga dale con la lendrera y le dejó la cabeza peor que con un arao. Le dejó la cabeza al angelico hecha una pura llaga. Viene la hija de misa.
- ¿Y la niña?
- ¡Anda ya! Si es que estás hecha una jandorrera, no miras ni por tus hijos. Tienes la niña... mira como le tienes la cabeza.
- ¡Ay! ¡Que más matao mi niña! ¡Qué mala madre! Ay, ay...
- ¿Yo mala madre? Y encima me vas a dar voces, ¡so mala zorra! ¡Si lo sé te estrangulo cuando te parí! ¡Venga mi gallo!
Y pilló el gallo, se lo llevó a su casa y se lo comío ella sola.

LUISA EN EL ZARZAL

Había un rey, en Extremo Oriente, que era mu bueno mu bueno, y tenía un hijo. Tenían un jardín en el palacio que era una maravilla, tenían de to, de árboles, de frutales, de adorno. Y vino una sequía mu grande, y nada, que se secaba to y el palacio se quedó pos listo. Y un día se presenta un señor mu bien puesto, con buenos zapatos y traje. Y le dice al rey:
- Veo que está el jardín del palacio mu mal. ¡Esto sería un edén muy bonito, una maravilla!
- Pos sí. Por desgracia no llueve y tenemos el tiempo mu mal y se están secando to, las plantas y árboles.
Entonces el tío dio en una roca con una varilla que llevaba ¡y salió un tumbo de agua! Empieza a regase to y empieza to a florecese, a ponese to como estaba. Daba ansia de ver otra vez... se pusieron locos perdíos tos ellos los palaciegos... ¡ya verás! to la población... con ese chorro de agua había pa toíco y sobraba. Y le dice el rey:
- Vamos a ver. ¿Qué le debo? ¿Qué vale esto?
- Eso no vale nada, pero tiene que venise su hijo un año conmigo para servirme.
- Eso sí que no.
- ¿No?
Y dio otro toque con la varilla y se quitó el agua. Y al mismo faltar el agua hace ¡cataplum! empieza otra vez a ponese to marchito. Y entonces va el hijo y le dice al padre y a la madre:
- Total, por un año... ¡Si un año son sólo trescientos sesenta y cinco días, eso no tiene importancia! Yo me voy y se queda el palacio y la población bien asistía.
- Bueno.
Van en busca del tío, vuelve a poner el tumbo de agua y se van. Salen andando, anda que te anda, a la casa del señor, y echaron una pila de días en el viaje. Llegan a la casa, sobre el mediodía, y tenían una balsa mu hermosa y en aquella balsa se estaban bañando tres hijas que tenía. Tres hijas que a cual de las tres era más guapa. La menor se llamaba Luisa.
Al pasar al lao de la balsa el muchacho pilla una ropa y la esconde. Ya estuvo dando vueltas por allí, porque el amo le había dicho que comerían cuando terminaran las hijas del baño. Salen del baño, se ponen las dos su ropa y Luisa, pos claro, sin salir del agua. Y le dice, esto sin haber hablao con él ni él con ella, pero sabía muncho ella:
- Juanico, dame la ropa.
- Yo... ¿qué ropa? Yo no tengo ninguna ropa. Yo t’he visto a ti, ¿cuando?
- No seas tonto Juanico, dame mi ropa, que puede que alguna vez pueda ser que te haga yo falta.
- Calla, calla mujer, yo no he hablao contigo nunca ni te quitao ninguna ropa ni na.
- No seas tonto Juanico, tú dame mi ropa, que ya te digo que te puedo hacer mucha falta.
Total que ya se cansó él y fue y le dio la ropa. Ella se vistió y se dieron un paseíllo, una vuelta juntos antes de ir a la casa.
- Mira Juan, me duele decítelo, pero mi padre es mu malo, y mi madre peor. Si tú te encuentras en algún apuro acúe a mí.
Conque se van a comer. Y al terminar le dice el padre:
- Mira Juanico, esta tarde te diviertes con mis hijas, vais de paseo, ellas te enseñarán, como es lo propio, los sitios más bonitos del palacio y ya luego, lo otro, en el año tendrás lugar de ir viendo.
- Pos sí.
Y ellas igual:
- Mu bien papá. Ya lo creo.
Pos Juanico p’acá y Juanico p’allá y Luisa p’allá y Luisa p’acá y Luisa p’allá y las otras por otro lao. Cuando ya terminan, ya de noche antes de acostarse, le dice Luisa:
- Juanico, mira lo que te he dicho. Tú cuando te encuentres en un apuro, tú acude a mí.
- ¿Y yo qué apuro voy a tener aquí? ¿Trabajar? ¡Pos no sé yo cómo trabajan los jardineros allí en mi jardín! Además, aquí voy a trabajar en el palacio... pos que voy hacer, cosas del jardín, que si regar, que si podar, que si cortar flores... ¡si to eso lo sé yo de carretilla!
- Tú no seas tonto y piensa más y ya verás como vienes.
Conque pasa la noche y a otro día se presenta al rey por la mañana y le dice a Juanico:
- Bueno, Juan. Hoy me vas a hacer un trabajillo, hombre. Por ser el primer trabajo toma estos granos de trigo, ve y siémbralos y a mediodía me traes el pan pa almolzar.
¡Ya estaba bien, no! Pos pilla los granos de trigo y los miraba ¡ya verás! que no se cayera ni uno al suelo.
- Señor... ¿pa mediodía cómo voy yo a sembrar yo esto, va a nacer en mediodía, voy a regalo, voy a trillalo, voy a molelo y hacer el pan? ¡Pa mediodía!... Este hombre está loco perdío, me mata... Ya no veré más a mi padre y mi madre.
Conque va y se sienta en un rincón del jardín con las manos en la cabeza, así mu pensativo, y a esto que llega Luisa.
- ¿Qué te pasa, Juanico? Estás mu serio.
- Calla por Dios Luisa, ¿cómo quieres que esté? Tú fíjate lo que tengo en la mano.
- Sí. Un encargo de mi padre.
- Sí, pero con este grano de trigo tengo que llevale el pan pa almolzar.
- Eso es mu sencillo, hombre. ¡Válgame Dios, válgame Dios! Por eso te vas a apurar tú... Dame el trigo.
Coge el grano lo echa al suelo, nació una espiga que daba miedo; en un instante se puso a segar... en fin, que pa la hora de la comía estaba el pan hecho. Y él ya no salía de su asombro: "Dios mío, si esto... esto es un don de Dios. Esto no puede ser otra cosa." Conque llega al rey:
- Pos tome usté el pan.
- Vaya, vaya... Esto es cosa de Luisa.
- ¿Qué cosa de Luisa? Yo no tengo trato con Luisa... Yo no conozco bien a Luisa... ¿Cómo voy yo...? ¿Qué dice usté de Luisa?
- Sí. Sí. Si esto no puede ser otra cosa. Bueno, en fin, tas portao bien, tas portao bien... ya mas hecho un trabajillo. Ya te encomendaré otro.
Y piensa Juan: "Anda que si es pariente d’este el que me encomiende, yo voy bien". Conque pasa el tiempo y le dice que tiene que hacer otro trabajo. Juan al levantase por la mañana va a ver lo que le va a ordenar el rey.
- Mira. Toma este sarmiento -un sarmiento seco, medio agilao ya- toma este sarmiento, ves y siémbralo y me traes el vino pa almolzar.
Conque agarra el sarmiento, "Señor, ¿cómo voy a hacer esto? Si antes de clavalo en la tierra se va a hacer peazos. Luisa me sacó de lo del grano de trigo, pero anda que desto, desto, por mucho que pueda, ¿qué va a hacer?" Y estaba preocupao, venga dale vueltas al sarmiento, y no se atrevía a que se le cayera al suelo siquiera porque se hacía peazos. A esto que le tocan en la espalda.
- ¿Qué te pasa Juanico? Te veo mu serio.
- Pues... Pos mira el trabajillo que ma dao tu padre. Con este sarmiento tengo que traele el vino pa l’almuerzo.
- ¡Na hombre! Eso es mu sencillo, esto está hecho. Vamos pallá.
Lo lleva a una esquina del jardín, siembra el sarmiento, lo tapa y se lía a florecer y a crecer y echó unos racimos de miedo, imponente de racimos, ¡con unas uvas más hermosísimas...! Las llevaron al lagar, le hicieron el vino y a mediodía pos estaba el rey con su copa de vino allí. Y llega Juan a la casa.
- Pos mire usté, el encargo que me dio ya se lo hecho. Ahí tiene usté el vino.
- Lo que yo decía. Si esto no puede ser na más que las cosas de Luisa. Bueno... tas portao mu bien, tas portao mu bien... Puedes ir a divertite que te las ganao. Otro día me harás el último trabajillo.
Y Juan pensaba: "Como el otro sea de la misma familia veremos a ver quién arregla esto". A otro día por la mañana llega Juan.
- ¿Qué, estás dispuesto a trabajar?
- Yo estoy dispuesto a to lo que usté me ordene.
- Mira, vas a llegate a la orilla del mar y hace ya cien años que a un tatarabuelo mío se le cayó un anillo al fondo del mar. Tienes que ir y traémelo.
Juan pensaba: "¡Blotas! De aquellas dos me sacó Luisa del apuro... ¡y desto qué me va sacar Luisa!... Hace ya cien años que al tatarabuelo se le cayó un anillo al mar, ¡Dios sabe anda habrá ío el anillo a parar! Si está en el mismo sitio anda que no le habrá caío na encima... Cualquiera sabe donde está el anillo. El anillo ya se habrá perdío". Total, el pobre se desahogó allí como pudo y conforme estaba, ya llorando, a esto que llega Luisa.
- ¿Qué te pasa? Estás llorando, Juanico, ¿qué te pasa?
- Mira, tu padre m’ha dicho que en tal sitio se le cayó a su tatarabuelo un anillo en el mar y que tengo que lleváselo.
- Eso es mu sencillo, hombre.
Fue ella a la casa, coge un cuchillo mu grande, un lebrillo mu grande...
- Mira Juanico, toma este cuchillo y mátame. Pícame bien picá y me echas al agua.
- ¡Vaya, Luisa! Que yo te mate a ti... ¡Es que estoy chalao!... ¡Que me desuelle tu padre como un cazón pero yo no te mato a ti...! No te pongo yo a ti el cuchillo encima.
El cuchillo cortaba el viento.
- Pos si quieres vivir y que seamos felices nosotros, porque me quieres y yo te quiero, esto lo haces y viviremos felices... ¡Pero que no te se vaya a caer ni una gota sangre! ¿eh?
Entonces fue, agarró el cuchillo, la hizo picaíllo y la echó en el lebrillo, pero se le cayó una gotica sangre. Lo tiró al mar y no hizo más que echala y salió con el anillo en la mano.
- Mira te sa caío una gota de sangre. Mira donde falta.
En la yema del deo tite de la mano, efectivamente, allí estaba un cacho que le faltaba.
- Bueno, pero eso no se conoce.
- ¿Que no? Eso mi padre y mi madre lo ven de momento. Ya sabes tú lo que son ellos...
To lo que ella tenía de bueno, tenían ellos de malo. Así que llega Juan ante el rey y le dice:
- Tome usté el anillo.
- Vaya... vaya... Juanico... vaya... que bien tas portao. ¡En el mundo! No podía yo creer que tú tuvieras to esos favores que tienes... pero ¡ay lo que vale mi Luisa!
- ¿Qué Luisa? Yo no...
- No te preocupes, tas portao, tas portao... Has hecho bien el trabajo. Vamos a descansar, vamos a tener una fiesta por lo bien que has hecho las cosas. Ya se echa el tiempo y tienes que irte a tu casa. Pero yo tengo tres hijas y quiero que te cases con una d’ellas. Son buenas muchachas, son mu de su casa...
- Pos sí, me gustan.
En vez de decir me gusta esta o la otra dijo: "Sí, me gustan".
- Son señoritas que están mu bien educadas.
Cuando Juan le contó to esto a Luisa ella le dijo:
- Mira, cuando se haga la fiesta te van a vendar los ojos pa que descojas a una de las tres. Tú vas pillando los deos de toas y cuando llegues a mí notarás que me falta la gota de sangre que se cayó. Juan, y ya por fin, no me sueltes, como me sueltes te pierdes. Mientras tú no te quites la venda de los ojos tú no me sueltes.
Pos ya iba bien adiestrao ¿no? Conque llega el otro día por la mañana, lo arreglan to bien, bien... en fin, lo propio de la fiesta. Tienen la fiesta y a to los invitaos que había le dice el rey:
- Este muchacho ha hecho el trabajo de la casa, ya se va con sus padres porque es justo ya que se vaya...
¡Ya era justo, ya era justo!
- Es justo que se vaya y se va a ir con una de mis hijas.
Se ponen las tres hijas en fila y a Juan le tapan los ojos. Entonces va él y las agarra pum pum pum... esta no... esta no... ¡esta!
- ¡Ay, Juanico, has estao mu bien, mu bien! Ven aquí.
- No, no... mientras yo no la vea no.
Le quitan la venda y ya él vio a Luisa.
- Vaya Juanico, vaya... tas empeñao en llevate a Luisa.
- Yo... que ma tocao en suerte.
- Mu bien... mu bien. Ya sus iréis los dos a tu terreno. Tú vivirás con tus padres... el jardín tiene su agua, en fin, y la población. Ya viviréis tranquilos. ¿Ves? Ya has hecho el trabajo y tu padre no quería.
Al terminar la fiesta le dice el rey:
- Ahora vamos a tener un torneo y vas a domar un potrillo que tenemos ahí en el corral.
Y le dice Luisa en un descuido:
- Mira, Juanico, mi padre y mi madre son mu malos, mu malos y mi hermanas también son malas. El potro lo componen mis padres, mis hermanas y yo. Mi madre es la cabeza, mi padre el cuerpo y mis hermanas los pies y los brazos. Y las bridas soy yo. Tú agarrate bien de las bridas, que las bridas soy yo.
Conque va Juanico a la cuadra y ve el potro que se iba, chiquillo, de hermosísimo, un potro que se alzaba que daba miedo, una cosa ¡blotas! ponía los pelos de punta, armaba una zaparreta que daba miedo...
- ¡Cualquiera sujeta eso! ¡Si esto es el infierno andando!
Conque va, echa mano a la brida y la brida pos ya ves tú, de contao. Se monta con una buena fusta, acordándose lo que le había dicho Luisa, que le diera fuerte a la cabeza, y con la fusta pim pam garrotazo va pim pam garrotazo viene, a las ancas, a los brazos, a la culata, pero los principales a la cabeza. Cuando ya se estaba el caballo bandeando, ya de tanto garrotazo y tanto briego, pos ya se mareó. Se bajó, se fue y cuando llegó a la casa estaban tos allí. Pero el padre y la madre estaban:
- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ayyy...!
Ya sabía él que estaban molíos de los garrotazos.
- ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Les duele algo? Están soliviantaos, y las muchachas... quitá Luisa, están una mijilla acobardaillas.
- ¡Válgame Dios, Juanico!... Esto es cosa de Luisa.
- ¿Y qué quiere decir? A tó lo que yo le digo na más que cosas de Luisa...
- Está bien, está bien... De modo que mañana salís andando.
Ya se van a dormir cuando dice Luisa:
- Esta noche nos van a matar cuando estemos durmiendo. Este bote pa ti y este bote pa mí. Tú llenalo de saliva de la tuya que yo lo llenaré de saliva de la mía.
Llenaron los botes y los pusieron en la cama con dos pellejos de viento y ellos pa ise, los dejaron allí. Nombraban a ellos y contestaba la saliva.
- ¿Luisa?
- ¿Qué?
- ¿Juanico?
- ¿Qué?
- Vaya tavía están despiertos los dos.
Luisa mandó a Juanico a la cuadra:
- Entra y te llevas el caballo más delgao que haiga. Tú no te preocupes por na, nas más que el más delgao que haiga.
Pos llega a la cuadra y había un caballo allí, era ese.
- ¡Señor, yo me voy a llevar este esperpento! Esto no sirve... no tiene fuerzas ni pa salir de la cuadra.
Había otro que era más gordillo y en vez de pillar el flaco, pilló el más gordo.
- Luisa, me traío este porque el que tú dices, ese no sirve pa na...
- ¡Ay, Juanico! ¡Nos has perdío! Porque ese fino es el pensamiento, que es el que más corre, y este es el viento, que corre mucho, pero corre menos.
- Pos voy a llevalo y me traigo el otro.
- Ya no puede ser, ya no puedes entrar más a la cuadra. Si entras te matan, me matan a mí también. Vámonos.
Luisa cogió un peine, un grano de sal y una botella. Se montaron en el viento y salieron anda que te anda, anda que te anda, anda que andarás, pos a to lo que podía correr el viento, pero cómo iba a ser como el pensamiento. A esto:
- ¿Luisa?
- ¿Qué?
- Na mujer, na.
- ¿Juanico?
- ¿Qué?
- Na hombre, na. ¿Tavía estáis dispiertos...?
Otra vez:
- ¿Luisa?
Otra vez:
- ¿Juanico?
Al cabo de un rato, ya que se iba gastando la saliva:
- ¿Luisa?
- ¿Quéee....?
- Ya se va a dormir pronto.
- ¿Juanico?
- ¿Quéee...?
- Ya se van a dormir, pronto. A estos nos los cargamos ahora.
Y ellos juye que te pillo con el viento. Otra vez:
- ¿Luisa?
- ¿Quéeeee...?
- ¿Juanico?
- ¿Quéeeee...?
- Ya son nuestros.
Al cabo de otro rato:
- ¿Luisa?
Caracoles.
- ¿Juanico?
Na. Conque va el padre, se acerca a la cama con un puñal y hace ¡pum! a un bulto y hace fhsssssss... le sacó to el viento y al otro bulto igual.
- ¡Ay, que no las dao!... s’han ío... asómate a la cuadra a ver que caballo s’han llevao.
- ¡S’han llevao el viento! Son tuyos.
- ¡Ay, que tontos! Si se hubieran llevao el pensamiento... a estos los alcanzo yo en un instante.
Conque se monta en el pensamiento y en un instante, que mira Luisa patrás, dice:
- ¡Ay, Juanico! Mi padre viene. ¿No te decía yo?
- Lo matamos.
- No mi padre no se mata. Lo que vamos a hacer una cosa. Mira, yo me voy a convertir en una huerta y tú te vas a convertir en un hortelano... ¡y a ver cómo te las apañas!
Se bajan del caballo, se convirtió ella en una huerta con una pila de acelgas, lechugas, pimientos, tomates, cebollas... en fin, pero las lechugas es que se iban. Y llega el padre.
- Vaya una huerta hermosa... ¿Ha visto usté pasar un hombre y una mujer por aquí montaos a caballo?
- ¿La huerta?... Regular...
- ¿Que si ha visto usté un hombre y una mujer pasar por aquí hace un rato montaos a caballo?
- Las lechugas no se dan malamente.
- Hombre, no. Es que si usté ha visto pasar por aquí un hombre y una mujer montaos a caballo.
- De to tiene la cosecha. Unas veces sale mejor, otras veces sale peor... pos según.
El padre pensó: "Este tío está chalao perdío". Dio medía vuelta y se fue. Y entonces otra vez se convirtieron en personas y hala que hala, hala que hala... Al llegar el padre a la casa le pregunta la madre:
- ¿Las pillao?
- Quita mujer, quita... ¿No me encuentro una huerta? ¡Vaya huerta hermosa! Y un hortelano ahí en la huerta que si las lechugas, que si la cosecha... y yo preguntándole y me salta el tío con cualquier cosa.
- ¡Ay, hombre!, porque Luisa era la huerta y Juanico era el hortelano.
- ¿Ah, sí? Ahora voy y los pillo y los mato. La huerta y el hortelano tienen que estar allí; al hortelano lo mato y la huerta la hago peazos.
Se monta otra vez en el pensamiento y sale corre que te corre, anda que andarás, y venga juye que te pillo... Luisa mira p’atrás y ve al padre.
- Juanico, mi padre otra vez.
- Pos te conviertes otra vez en huerta.
- ¡No!, eso ya no puede ser porque se l’ha dicho mi madre; ya tiene que ser otra cosa y veremos a ver si escapamos. Me voy a convertir en ermita y tú en ermitaño... amos a ver cómo te portas.
Se bajan del caballo, se convierte ella en una ermita con su campanilla y to.
- Oiga usté, buen ermitaño, ¿han pasao por aquí un hombre y una mujer montaos a caballo?
- No, no he dao ningún toque tavía pa misa.
- ¿Que si ha visto usté pasar un hombre y una mujer por aquí montaos en un caballo?
- Pronto voy a dar el primer toque... pronto voy a dar el primer toque.
- Pero hombre, ¿es que si ha visto usté un hombre y una mujer por aquí montaos a caballo?
- Pues... la buena fe de la gente le ayuda a vivir a uno... no tengo queja... aquí me voy apañando...
"Este está peor que el de la huerta". Pilló el camino, se volvió y decontao ella otra vez volvió a su ser, él lo mismo; se montan otra vez en el viento pum pum pum juye que te pillo... y ya habían dejao bastante camino atrás. Llega el rey a la casa y le dice la mujer:
- ¿Qué? ¿Qué has hecho?
- Quita, m’encontrao una ermita y el ermitaño estaba peor que el hortelano.
- Claro, si el ermitaño era él, y la ermita era tu hija.
- Pos ahora... ya no me s’escapan, sea lo que sea lo hago peazos.
Se monta otra vez en el pensamiento y lo ve Luisa al mirar p’atrás.
- Juanico ahí viene mi padre, ya no puedo convertirme en na. Ya nos mata. Mira, voy a tirar esta botella.
Tira la botella así, detrás del caballo, ¡y se formó una montaña de vidrio!, que era imponente pasar. Pero como el pensamiento es el pensamiento cruzó la montaña, pero chorreando sangre.
- Juanico, ha pasao la montaña de cristales. Voy a tirar el peine.
Tira el peine detrás y si formó una buena montaña de cristales ¡qué no formó de púas!, to tieso p’arriba... Aquello no lo pasaba, era tanta ya, tan imponente la montaña que ya se negaba el pensamiento, se negaba el caballo ya... pero eso es, tanto y venga hostigalo que lo pasó... y el animalico ya iba que no podía pero lo pasó. Vuelve ella la cara p’atrás y lo ve.
- Juanico, ya viene mi padre. No tenemos jechura, nos mata. ¿Nos falta tavía pa llegar a tu palacio?
- Si nos falta, sí.
- Pos voy a tirar el grano de sal.
Tira el grano de sal detrás, y como el caballo iba herío y to, pos se formaron unas salinas tan grandísimas y tan salás que apenas el caballo se metía un poco en la orilla y pillaba una mijilla no podía... ya la salina fue lo último. Entonces le dice el padre:
- Luisa, vuelve la cara aunque sea una vez, mujer, por lo que más quieras, pa despedirme de ti. Que te vea yo la cara.
Y Juanico se ponía:
- Luisa pos vuélvele la cara a tu padre mujer, que es tu padre.
- No Juanico, como yo vuelva la cara, y mi padre me vea, nos echa una maldición y nos alcanza y nosotros no vivimos juntos.
- No seas así, ¿tu padre va a...?
- Que sí.
De modo que siguen andando y el padre igual.
- Luisa, por lo que más quieras, vuelve la cara p’atrás, que yo te vea por última vez.
- No la vuelvo.
- Vuélvela, que es tu padre.
- No Juanico, que me olvidas.
- ¡Yo te voy a olvidar a ti, Luisa! ¡Válgame Dios!
Total, que tanto insistió, que vuelve la cara p’atrás y cuando le vio el padre la cara dijo:
- ¡Permítalo Dios que no os logréis!
- Ya verás Juanico como nos alcanza la maldición de mi padre.
- ¡Que nos va a alcanzar esto! ¿Es que tú te crees que yo te puedo abandonar a ti?, ¿que yo te puedo olvidar a ti? Con lo que yo te quiero, con lo que tú has sío y has hecho por mí...
- Pos sí, me abandonas.
A esto que ya, a la de dos o tres jornadas, llegan a su pueblo. Y como iban del viaje arrengaos y con la ropa ya verás, puedes hacete una idea con lo que habían pasao, dice él:
- Mira, aquí te vas a quedar, en esta linde que ya se ve el pueblo.
- Pos ya que te vas, y yo me voy a quedar aquí, procura que no te abrace nadie, ¿eh? Como te abrace alguien me olvidas.
- ¿A mí me van a abrazar? ¡Ni mi madre! Tú estate tranquila que a mí no me abraza nadie, y yo vengo; de contao que llegue vengo p’acá.
Ya pensando en traer los arreos pa llevase a ella to lo bien que se merecía. Conque llega Juanico a palacio. Va el padre a abrazalo, la madre a abrazalo, lo propio ¿no? y los palaciegos y tos allí...
- ¡Ay, Juanico, que has venío...!
- ¡Eh! ¡Eh! ¡A mí que no se acerque nadie!
- Pero hijo mío...
- No madre, que no me abrace usté.
- Hijo mío...
- Padre que no, que no se acerque usté a mí, ¡que no se acerque usté hombre! Si tendremos lugar de besanos y abrazanos y to, pero, esto es una cosa que es que no puedo hacer, no se acerque.
Así que tos decían: "¡Este viene chalao perdío!... El príncipe viene chalao ¡hay que ver, no querer que se acerque nadie!". Y siempre los viejos tenemos mala pata por tos laos, ¿no comprendes?; había una vieja en palacio y llega por detrás y hace:
- ¡Ay... mi Juanico!
Y le dio un abrazo y allí se queó Juanico. Salen los palaciegos y le dicen:
- Juanico, ahí está el coche preparao con los caballos.
- ¿Qué coche?
- ¡Hombre, un coche que has pedío con caballos!
- ¿Yo?, ¿yo he pedío un coche con caballos? Yo no. Yo no he pedío na.
De modo que la vieja metío la pata. Y Luisa, pos pasa el día, y Luisa allí esperando y mirando, con los ojos como redondeles de yesca, mirando a ver si venía, pero cómo iba a venir si ya le habían dao el abrazo. Y había allí un cortijo con un viejecico, liao el pobre en una jarapa, y llega ella por de noche, "Señor, ya no viene nadie, mi padre sa salío con la suya. ¡Y yo qué hago aquí!... ¡De noche y en estos desiertos!...". Conque llega a la puerta del cortijo, toca, sale el viejecico liao en la jarapa...
- Mire usté buen hombre... que voy de camino, me s’ha hecho tarde y no conozco a nadie y... si quería usté que pasara la noche ahí en un rinconcico.
- Sí hija mía, pasa pa dentro, aquí el cortijo es tuyo... digo... estoy aquí solico... aquí no viene nadie. Tú te apañas ahí... ande tú quieras, tú puedes hacer lo que tú quieras, yo me acuesto y ya’stá...
Pos el pobretico viejo, pos eso es, se acostó pero ella, empezó a ver aquello, a poner cosas bien puestas, barrió y to en la velá. Y se levanta el viejecico por la mañana y dice:
- Cucha, pos está to esto... s’ha cambiao esto de la noche al día... estaba esto hecho una pocilga y hay que ver cómo m’has dejao la habitación... ¡Hay que ver! ¿Cuándo has hecho esto?
- Pos anoche en la velá. Yo no tenía gana de acostame...
- ¡Ay que manecicas tienes, hija mía! Mira, yo estoy aquí solico, ¡no vayas a ningún lao y queate aquí conmigo!...
Ella vio el cielo abierto, ¿no comprendes?... estaba cerca del palacio. "¡Ya vendrá Dios en ayua mía!", pensaba ella, la pobretica. Conque desayunaron y ya empezó ella a mirar los trapillos, a lavar los cacharros, los platos que tuviera... en fin, la ropilla... ¡coño! que al viejo lo retoñó, lo puso hecho un palmito. Y pasó un año d’esto. Ella siempre pos sabía que estaba allí Juanico, como es natural, pero ella no... es una cosa que por la mano que había venío tenía que venir por la buena mano también. Y un día, conforme están, le dice ella:
- Padre.
- ¿Qué quieres, hija mía, qué quieres?
- Mira, el rey se va a casar y tiene una marrana en el palacio y esa marrana ha tenío siete u ocho marranicos y los van a repartir entre unos cuantos pa dale un premio luego al marranico que salga mejor.
Conque va, llega el viejo a palacio y toca.
- ¿Qué quiere usté?
- Pos na, que mi hija m’a dicho que aquí en el palacio están dando unos marranicos, que ha tenío una marrana, pa luego dar un premio. Y yo pos vengo a por uno porque yo tengo una hija que es un tesoro... yo tengo una hija que lo que no haga mi hija no lo hace nadie.
En fin, tanto mentó a su hija que le hicieron caso.
- Mire usté abuelo, aquí no quea más que una marranilla medio muerta, que es la que ha queao... si quiere usté llevasela...
- ¡Digo una marranilla medio muerta!, ¡esa... la mejor que hay! Vaya cuando la pille mi hija... ¡No es mu artista mi hija!
Pensaron: "Este viejo está chalao...na más que su hija...". Conque le dieron la marranilla y ni se la apuntaron siquiera, pos no esperaban ni que llegara viva donde vivía. Llega con la marranilla:
- Mira hija mía, ¿no ves que marranilla tan bonica?
Y la pobre estaba ya estirando las patas. La pilla ella, le echa un aguaillo o lo que fuera, empieza con la marranilla y la marranilla que ponía de pie y se caía; y que ya la marranilla se queaba de patas; y que la marranilla a los cuatro días no es que se queaba de patas ¡es que saltaba!; y que a los diez o doce días, ¡que la marranilla salía como un leliz, parecía un cohete volando!
Y el viejo se queaba chalao viendo a la marrana y a ella con la marrana; la marrana ya no se despegaba d’ella ni pa dormir. Y la marranica cada vez más bonica. Pasa otra vez el tiempo y p’al tiempo la matanza echan el bando de recoger los marranos, ¡pero aquél como no estaba apuntao siquiera! Y un día le dice ella al viejo:
- Padre.
- ¿Qué quieres, hija mía?
Claro, como estaba tan cerca del pueblo, ya estaban comentando que estaban recogiendo los marranicos.
- Que m’enterao que están recogiendo los marranicos y por esta no vienen.
- ¡Ay, que sabrán ellos!... Si tenemos la mejor marrana que hay en to la comarca.
Conque pilla el viejo el camino pum pum pum, como una ardilla, llega a palacio. Al velo dicen:
- ¡Coño, el viejo de la marrana! ¿Pos es que no se habrá muerto?
- Si aquello no podía llegar vivo... si estaba tieso...
- ¿Qué pasa, abuelo?
- Que m’enterao que estáis recogiendo los marranillos y allí está la marranilla, que la vio mi hija y ¡hay que ver lo que es la marrana!... aquí no coge en la habitación. Mi hija es que tiene unas manos que son divinas. Cogió la marrana...
Y les contó to la trayectoria de la marrana.
- Y ahora está que no puede ni menease de lo grande y gorda que está.
Coño, pos tanto floreó la marrana que salió to la servidumbre en busca la marrana y entre ellos el príncipe, ¿no comprendes? Él la vio a ella, pero él no sabía na que era ella. ¡Pero ella de contaíco! Llegan allí y se quearon tos patitiesos de ver la marrana.
- ¡En el mundo!... Con razón decía el viejo que su hija... Pos si esto es una bendición, si como esto no lo hay...
Parecía un elefante la marrana de gorda, de grande y to, daba ansia vela. Ya que estaba el príncipe al loro d’ella, ¿no comprendes?, ella fue buscando el terreno y cuando estuvieron al lao así, va y le dice a la marrana:
- ¡Arre marranica, arre, no te vayas a quedar como Luisa en el zarzal!
Entonces él ya se dio cuenta. Ya se dieron un beso y un abrazo y dice él, que tenía su novia, y puso el ejemplo de que tenía una prenda y se le había perdío y que sabía preparao otra, pero que aquella primera era la de más valor y de más gusto y preguntó que con cual se quedaba y le dijeron:
- Pos con la antigua.
Ya se llevaron la marranica y se llevaron al viejo. Y vivieron felices, comieron perdices y una mijica de alcaravea pa que tú te lo creas.

FIEL JUAN

Una vez había un rey que tenía un hijo y la madre murió al nacer el niño. Como es natural metió una nodriza, criaron al niño... El niño pos se puso grande y cuando el padre iba ya a dejar el trono llamó al fiel Juan que tenía, que le decía el fiel Juan de lo bueno que era, y le dijo:
- Mira, voy a morime. Cuando me muera le enseñas todo el palacio al príncipe y to las pertenencias que tiene más toa la población. Y la habitación de la puerta dorada, esa que no la abra, que no la vea.
Muere el padre, el hijo lo recorre to, el fiel Juan le presenta to lo que había en la pertenencia, ciudades... to el reino. Y llegan a la puerta dorada y le dice el príncipe:
- Abre esa puerta, fiel Juan.
- Esa puerta... Esa dijo tu padre que no se abriera y esa no se abre.
- ¡Pos yo tengo que ver lo que hay dentro!
- ¡Pos tú no puedes ver lo que hay dentro, porque no se abre!
- Bueno no entraré, pero tú la abres y yo miraré aunque sea así por el hombro.
Total, que con tanto y tanto, pos fue y la abrió una mijilla, miró así por lo alto del hombro y vio una mujer de oro, una estatua de mujer de oro, que se iba el zagalico de cosa tan bien hecha, de guapísima, de hermosísima, de perfecto... era una cosa... y dice:
- ¿Y eso qué es, qué significa?
- Eso es... en una isla está esa mujer tal como está en la estatua.
Y se quedó enamorao de ver la estatua, se quedó enamorao de la mujer.
- Pos yo tengo que vela.
Entonces fue y fletó un barco y se hizo un mercader, con muchas cosas de lujo... baratijas, en fin, de to... con muchas cosas, anillos... de lo que había en aquellos tiempos, ¿no?... bordaos, entremeses... de to las clases, de lo bueno y de lo bonito corriente, ¿no?, como pa donde iba.
Conque ya estuvo el barco cargao, levaron anclas y llegan a la isla. Y lo propio, anunciaron que iba a llegar el barco, pos claro, la gente, ya verás, viendo descargar aquello... llevaba cosas que se clisaba la vista; ellos no habían visto nunca aquellas maravillas que llevaban en el barco. Pos llega a oídos de la reina de la isla, que era ella, y lo propio, pos a velo. Llega y entonces él decontao que la vio la conoció. Va y le enseña no solamente lo que descargaron sino lo que había en el barco.
Pero ya tenía la gente del barco la consigna de apenas entrara ella en el barco levaran anclas, ¿no comprendes? Conque entra ella en el barco, y al mismo entrar levó anclas y ya vio ella que se iba distanciando de la isla, cada vez más retirao. El barco ¡ya verás! a to velamen juyendo. Pos va y se puso ella de mu mal humor y entonces le dijo él lo que era:
- Yo, es que te visto y me enamorao de ti y es que te quiero con locura.
Y ella pos no le cayó mal tampoco, un hombre de buena presencia...
- Yo soy el rey tal, he visto la estatua que la tenía mi padre...
- Sí.
Su padre tenía mu buenas relaciones con los padres d’ella, como se habían muerto pos eran ya el rey y la reina ellos. Entonces ya se pusieron rumbo al reinao de él. Pero conforme una noche ya pa llegar al puerto pos iba el fiel Juan así a la borda del barco contemplando el panorama, era una noche mu bonita, viendo el rizo de las olas, y siente jaleo en el aire... Vienen tres cornejas que se posan en el palo mayor. Y dice una:
- Fulana, hay que ver. Ya va a llegar la reina al puerto y va contenta.
- Sí, pero mira. La reina, cuando se baje del barco, le regalarán un caballo blanco, pero al montase se pegará fuego, arderá el caballo y morirá achicharrá. El que esto lo sepa y lo diga se convertirá en estatua de piedra desde los pies a las rodillas.
Dice otra corneja:
- Hay más, hay más... Si sale de esa y se casan le regalarán un vestido de novia que será de azufre y al poneselo arderá. Y el que esto lo sepa y lo diga se convertirá en estatua de piedra desde las piernas a la cintura.
Y dice otra corneja:
- Hay más, hay más...
- ¿Qué?
- Mira, si escapa del vestido y forman el baile, pos al estar bailando con el rey se quedará muerta y esto tiene salvación si hay alguno que lo sepa, que le quite el vestido y le chupe tres gotas de sangre que le correrán por la espalda. Y el que esto lo sepa y lo diga se convertirá en estatua de piedra desde la cintura a la cabeza.
Ya él sabía las tres cosas. Conque llega el barco, y lo propio de la realeza, como ellos viven tan agustico, se llevan tan bien y to, pos llevan un caballo pa que llegara ella a palacio, un caballo brioso que ansiaba de velo, ¡una maravilla!, y el fiel Juan allí al lao con un buen sable y chito. Conque hacen calle pa que pase la reina y al ir ella a montase en el caballo fue el fiel Juan y le cortó el pescuezo. Y al rey no le gustó y como nadie sabía na, tos se quedaron espantaos de aquello... pero el rey ya dice:
- No, no. Esto está bien hecho. Cuando lo ha hecho el fiel Juan... estará bien hecho... estará bien hecho... No ha pasado nada, nada...
Agarraron la cabeza y el caballo, en un instantico los quitaron de en medio y no pasó na. Ya ese peligro había pasao. Pos bien, sigue la juerga, al palacio, la alegría, las cosas, los preparativos... viene la hora del casamiento, pos ya verás tú. Le presentan a la reina el vestío, que se iba de hermosísimo, y a ella se le iban los ojicos detrás del vestío... Deseandico de poneselo pa estrenalo y lucir aquella prenda tan hermosa. Y el fiel Juan al lao con el sable preparao.
Conque van a cogelo pa llevaselo a la habitación pa que se vistiera y entonces agarró el sable, dio tres o cuatro testarazos, y lo hizo peazos. Ya, en vez de tragar una mijilla de saliva, ya les costó un hilón de salivazos al rey y tos... ¿no?
- En fin, cuando lo ha hecho el fiel Juan, estará bien hecho... está bien... que le vamos a hacer... está bien, está bien... No ha pasao nada, no ha pasao nada... venga otro vestío, vengan modistas.
En un instante hicieron otro vestío imitación aquel to lo más posible pero... no era aquel. El mérito ya era que hubiera sío aquel. Pero en fin, ya se hizo el casamiento.
- Vamos a celebralo con un baile.
Hacen el baile, ¡pos ya verás! lo que había allí de señoritas y de los comprometidos... un baile aristocrático de esta manera, de mucha realeza. Va el rey a abrir el baile con la princesa, y no hace na más que cogela del brazo y se muere. Y el fiel Juan, que estaba al lao, fue y agarró, le rajó el vestío, la pilló y le chupó por la espalda y le sacó las tres gotas de sangre. Y dice el rey:
- ¡Esto ya es un abuso, que ya es demasiao! ¡Este hombre lo que ha hecho! Primeramente el caballo con lo que era de hermoso; luego el vestido ¡vaya vestido lindo!, y ahora, ¡quitále la ropa a la reina!... Así de gente, quitále la ropa...nada, nada, a una perrera.
Y lo metieron en la cárcel. Pos allí estaba el pobrecito.
- ¿Por qué has hecho eso?
Llegaba el rey otro día:
- ¿Por qué hicites eso?
Él no quería convertise en estatua de piedra ni quería decilo tampoco. A otra vez llegaban el rey y la reina:
- ¿Por qué hicites aquello? Dínolo y si hay medios se arreglará, porque hay que ver como está la población... y ella misma, hombre, tú te crees que quitale la ropa y te pones a besala en la espalda...
Y él chito. Y ya, tanto ir y tanto venir, pos claro, el cántaro tanto va a la fuente así se rompe, ¿no?
- Bueno, pos lo voy a decir.
Y le dijo lo primero, lo del caballo. Y al mismo terminar vieron que ya las piernas pos ya eran una piedra. Sigue hablando y cuando llega ya al vestido pos se convierte en estatua de piedra hasta la cintura. Y ya cuando dice que eran tres gotas de sangre de la espalda, y la miraron y efectivamente se veía la señal de las tres gotas que le había sacao, se convirtió en una estatua de piedra entera.
Ya lo agarraron y lo pusieron allí... en una habitación mu hermosa que le hicieron y to, y lo pusieron en una repisa ¡una estatua! ya un bulto allí, una estatua de piedra. Y los reyes llegaban y decían:
- ¡Hay que ver Juan, lo bien que lo hicites con nosotros y hay que ver cómo te hemos pagao...!
Ya arrepentíos de habele dicho na, ellos sabiendo la cosa hubieran querío no habese enterao y que hubieran seguío a gusto. Pos na, la estatua allí quieta. Pero pasa el tiempo y la cigüeña les lleva un niño y una niña. Pos de que el rey y la reina ven que la cigüeña les ha llevao el niño y la niña ¡pos loquitos perdíos!, lo propio. Pasa el tiempo y ya grandecicos, el padre y la madre les decía:
- Mirad, ese es el fiel Juan. Ese hombre ha sío mu bueno, ese hombre ha hecho mucho por nosotros.
Y ellos, los niños, los angelicos, llegaban y le decían:
- Fiel Juan, ¿por qué hacites eso? Fiel Juan, ¿por qué la otra cosa?
Y to los días con la misma monserga. Pasa el tiempo y un día de fiesta mu señalao le dice ella al rey:
- Voy a ir a misa, ten tú cuidao de los niños.
- Bueno pos ves, yo me quedo aquí y tengo cuidao d’ellos.
Allí estaba el rey con la nodriza y entonces va y pilla al niño y la niña de la mano y les dice:
- Venid, mientras viene mamá vamos a ir a ver al fiel Juan.
Conque coge a los dos niños, el niño y la niña, de la mano y se ponen delante d’él.
- Válgame Dios Juan, ¡qué malamente te hemos pagao con to lo bien que has hecho por nosotros!
Y dice la estatua:
- Tiene remedio.
- ¿Cómo?
- Pos sí. Cortale la cabeza a los niños y restriégame la sangre en mi cuerpo.
No se lo pensó. Fue y les cortó la cabeza, le dio a la estatua con la sangre de los niños y se convirtió el fiel Juan otra vez en el que era. Al mismo terminar, agarró las cabezas, se las puso y salieron los dos niños hablando, ¡ya no pasó na! Y entonces le dice el rey a los niños:
- Vosotros ahí hasta que venga mamá.
Y entonces los metió allí en una habitación. Y llega la mujer de misa.
- ¿Qué, y los niños?
- Pos mira, están ahí. Pero, ¿sabes tú una cosa?
- ¿Pos qué? Dímelo.
- Que he hablao con el fiel Juan y ha dicho que sí, que vuelve a ser el mismo con tal de que se le corte la cabeza a los niños y se le dé con la sangre por su cuerpo.
- ¿Pos sabes que se lo merecía?
- Pues por eso lo he hecho.
Y abrió la puerta y ya vio a los niños y al fiel Juan. Y ya vivieron felices y comieron perdices

PEZ, PEZ, ¿CUMPLES CON TU DEBER?

Una vez había un rey que tenía la costumbre de todos los días al almolzar comese un pez frito. Ya fuera un salmonete, una caballa, una sardina, lo que fuera... un pez. El cocinero pos poco más o menos, pos sabía, como es natural y to los días le compraba uno. Y to los días ya estaba terminando de comer, llegaba a la cocina, preparaba el pescao pa cuando terminara lleváselo.
Y así un día y otro... pero un día no hace el cocinero na más que echar el pez a la sartén y cuando está a medio freír sale un genio y le da así con la vara y le dice:
- Pez, pez, ¿cumples con tu deber?
Y entonces el pez pegó un salto de la sartén y se fue juyendo. "¿Que hago yo ahora? ¿Y qué le digo al rey? Sí, tiene que enterase... ahí está el aceite y la sartén... y el pez que sa ío..." El rey, que acababa de comer, ya estaba esperando el pez. Conque va el cocinero y le dice:
- Pos mire su majestá que se m’a quemao el pescao.
Y le contesta el rey.
- Bueno, bueno hombre. Eso no tiene importancia, de ninguna manera... Al que cuece y amasa en esta vida de to le pasa. Has tenío la desgracia de que te s’ha quemao por un descuido o lo que sea... que se va a hacer... eso no tiene importancia. Ahora, ten cuidaico pa la próxima, que no vuelva a suceder.
- No tenga cuidao su majestá que no me sucede.
Conque pasa el día, llega otro día, llega la hora del almuerzo, le pone de comer al rey y a la hora de llevale el pescao, agarra el pescao, se pone allí:
- ¿Tú te vas a ir? ¡De aquí no te escapas tú!
Y entonces no hace más que echalo en la sartén y sale el genio otra vez:
- Pez, pez, ¿cumples con tu deber?
Si salto bueno pegó el pez del día anterior más gordo lo pegó este y más pronto se fue. Y ya el cocinero se quedó patitieso.
- Ayer pasó lo que pasó, pero hoy, ¿qué le digo yo al rey?
Y cavilando, cavilando pensó: "Le diré que se la comío un gato".
Conque va y le dice:
- Su majestá, ayer me se quemó el pescao pero hoy es que se l’ha llevao un gato. Tendría mucha hambre o lo que fuera, la cuestión es que el animalico ha venío y se l´ha llevao.
Ya el rey no le dio importancia, pero estaba más escarabajeaillo.
- ¡Hay que tener más cuidado!
- No, ya no me pasará más.
Pos pasa el día y viene el otro y lo mismo. No hace más que echar el pez a la sartén y ¡catapún! el genio otra vez. Dice:
- Pez, pez, ¿cumples con tu deber?
Y da el salto, que si grande lo habían dao antes, más grande lo dio ahora, y se fue. Y el cocinero fue a hablar con el rey y le dice:
- Su majestá m’ha pasao esto con el pescao. Antedayer salió un genio y le dio con una varilla y al decir al pez, “pez, ¿cumples con tu deber?" pilló el camino y se fue el pescao. Ayer me pasó lo mismo. Y hoy ha pasao igual, ha salío el genio otra vez y si pronto se fue antes más pronto s’ha ío ahora.
- Bueno, no tengas regomello por eso. Es una cosa que es así. Mañana lo vas a hacer y lo voy a presenciar yo.
Y entonces a otro día, va el rey, termina de comer, se va con el cocinero a la cocina. El cocinero arregla el pescao, pone la sartén con el aceite y echa el pescao. Y en ese momento, igual que los otros días, apareció el genio y dijo:
- Pez, pez, ¿cumples con tu deber?
Y si grande dieron los otros peces el salto mucho más grande lo dio este ahora y se fue en un instantico, en un abrir y cerrar de ojos. El rey se quedó con la boquita abierta viendo como el pez estaba en la puerta. Y dice el rey:
- Esto tiene algo.
Y sin pensarlo sale andando detrás del pescao. Y el pescao anda que te anda y el rey siempre detrás del pescao. Llegan a la orilla del mar y entonces el pez se tira al agua, pero iba nadando y con el hociquillo fuera, y venga nadar pero sin retirase mucho, haciéndole al rey que se fuera con él.
El rey sin pensaselo preparó una barca, se montó y el pescao anda que te anda, anda que te anda y el rey con la barca detrás anda que te anda, anda que te anda. Así echaron el día. Llega la noche y se hizo un remanso en el agua alrededor de la barca y allí no se meneaba na.
Pasan la noche y al otro día pos ya se perdió el remanso y otra vez el pescaillo anda que te anda, así durante todo el día. A la hora de almolzar otra vez el remanso y siguieron después de comer. Llega la noche y se hace el remanso otra vez y pasaron la noche.
De esa manera se tiraron una pila días y una pila noches. Y el pescao siempre con el hociquillo fuera y anda que te anda, anda que te anda, hasta que llegan a una isla. Entonces el pescao conforme iba nadando llegó a la arena y se quedó de pie en ella mirando a la isla durante un momento hasta que ¡cataplum! se dio la vuelta, se tiró al agua y se perdió. El rey dijo:
- Aquí en esta isla está lo que sea... aquí está el misterio de lo que sea.
Conque sale y empieza a recorrer p’aquí, p’allá, hasta que se hizo de noche. Y al otro día igual, venga andar p’acá, p’allá y venga andar. Así se tiró dos o tres días recorriendo la isla, hasta que siente a lo lejos:
- ¡Ay! ¡Ayy! ¡Ayyy!
- ¡So criminal, so ladrón!
- ¡Ayy! ¡Ayy!
- ¡Lo que has hecho!... ¡Si te tengo que matar a poco a poco! ¡Lo que has hecho conmigo! So criminal...
Esto lo sentía el rey mu remoto conque guiándose por las voces llegó a un pequeño monte y vio a un hombre sentao en un sillón mu hermoso y ricamente vestío, con púrpura y to... era un rey. Y vio una mujer que le estaba pegando una paliza con una astera de púas, con muchos pinchos así de punta puestos en la espalda, y desnuda la espalda, y la mujer dándole garrotazos en lo alto. Ca garrotazo que la mujer le daba se le clavaban las púas y esos eran los quejíos que daba el pobre.
- ¡Ayy! ¡Ayyy!
Y ella:
- ¡So ladrón, so criminal!
El rey se quedó escondío hasta que lo jincharon al otro. Cuando se jartó la mujer de pegale pos pilla el camino y se va y lo deja allí sentao, esmanrío ya del palízón que había llevao y los clavos clavaos. Y lo tenía convertío en estatua de sal de medio cuerpo pa bajo, pa que no pudiera menease. Y de medio cuerpo p’arriba era de carne y ahí era donde le ponía la astera y le daba los garrotazos. Entonces el rey se acerca a él y le dice:
- M’a pasao esto con un pez. Ahora, ¿a ti qué te pasa?
- Pos mira, ese pez es un súbdito mío que estaba encargao de ir en busca de un rey que tenía que venir a desencantarme. Yo estoy aquí encantao por cosas de mi mujer.
Aquella era la mujer, que a pesar de ser la mujer del rey tenía relaciones con un negro. Y ella pues… quería al negro y no quería a su marío. Y el rey resulta que los pilló y con el alfanje le cortó el pescuezo al negro y lo dejó con una chispa de na pero como ella era una adivina d’esas, que sabía mucho de brujería y eso, pos con su brujería y sus cosas le puso así bien la cabeza y el negro pos no se murió. Vivía, pero no movía más que los ojos de un lao a otro y sin hablar. Así que ella llegaba y le decía:
- Negrito, amor mío, ¿cómo estás? ¿Cómo te encuentras?
Y él lo único que hacía era mover los ojos. Y ella venga decile cosas:
- ¡Ay! Lo estoy matando a poquito a poco. A ese... es un criminal, ¡lo que hizo contigo! ¡lo que hizo con nosotros!... Con lo bien que nos llevábamos... Tú no te preocupes que te estoy vengando bien vengao.
Ya se fue ella a sus cosas. Pero el rey, como ya el marío le explicó eso, dice:
- Pos aguanta mañana la última paliza y no te preocupes que yo te sacaré d’esto. Tú le dices que te convierta otra vez en natural, que te quite de ser de sal. Y le dices que se irán ellos. Ya vendrá ella aliñá.
El se encargaría de que ella lo hiciera. Conque va el rey, le dijo el otro rey donde estaba el negro... en fin, to la trayectoria, llega donde estaba el negro, saca el alfanje y termina de cortale el pescuezo al negro. Lo metió en un saco y se lo llevó por ahí. Y él se puso la ropa del negro y se pintó de negro.
A otro día llega lo de siempre, lo de tó los días, lo cotidiano, la mujer va a visitalo y le dice:
- Ya voy otra vez; cuando venga ya te explicaré otra vez la que ha llevao.
Y entonces va el negro, que era el rey, y dice:
- No, no le pegues más. Ahora lo que vas a hacer es que lo pones en su debida forma como antes y nosotros nos iremos por ahí. Yo ya estoy bien, pero tienes que ponelo a él bien pa poder yo meneame de aquí pa irnos juntos.
Pos ella se puso loca perdía de alegría, ¡pues ya verás tú!
- Voy, le doy la libertá y me voy yo con mi novio por ahí... Y cada uno nos apañamos como Dios nos dé a entender.
Conque llega, y en vez de dale la paliza, dice:
- Mira, sabes lo que he pensao... Que cada uno nos apañemos como podamos.
Fue y lo puso natural y entonces mientras él se curaba, ella llega corriendo a donde estaba él, creyendo que era el negro. Va a dale un abrazo hace ¡catapún! y le cortó el pescuezo en reondo y la echó con el negro, la metió en otro saco y a los dos los echó a un pozo. Y ya el rey de aquella isla se fue a vivir a su palacio, tuvieron fiesta, y le dio muchos presentes al otro rey por salvalo cuando se subió en su barca y se fue.

LA VACA FLORIDA

Una vez había en un pueblo un cura que tenía una vaca. Y estaba como Mateo con la vaca, porque era el suministro que tenía, la ordeñaba... el pobretico pos tenía la vida resuelta en aquellos tiempos de maricastaña, no en los tiempos de ahora. Y se le pierde la vaca.
Resulta que una familia la mataron, le hicieron un salón mu grande pa salala y ca instante pues un cacho de vaca y un pucherito y un cacho de vaca y otro puchero, y otro cacho de vaca y otro puchero. Y le sacaron una copla, la madre le cantaba la copla al hijo:
La vaca florida
del cura chiquito
la tiene mi madre
en el cuarto bajito
y ca instante nos pone
buenos pucheritos,
buenos pucheritos.
Bueno, pues... así un día y otro día y otro día... y un día pos va el niño cantando:
La vaca florida
del cura chiquito
la tiene mi madre
en el cuarto bajito
y ca instante nos pone
buenos pucheritos,
buenos pucheritos.
- ¡Bonico, ven acá, cántamela otra vez!
El niño le canta la copla. Y era el cura, que le dice:
- Mira, cuando yo te llame, delante de gente, toma estas dos pesetas y tú cantas la copla como l’has cantao ¿eh?, ¡que no se te olvide la copla!
- No, no me se olvida, no me se olvida... la sé yo bien.
- ¡A ti que no te se olvide cantala!
Conque va el cura, da cuenta al juez ¿no? y se forma un tribunal y llaman al niño a que declare. Pero ya el niño había llegao a la casa con las dos pesetas, que eran dos pesetones de plata. Y le dice la madre:
- ¡Niño!, ¿adónde vas con estas dos pesetas?
- Mama, que me la dao el señor cura porque le cante ahora delante de mucha gente la copla de "La vaca florida del cura chiquito".
- ¡Ay, ladrón! que nos mata... No hombre, tú no. Tú no le cantes esa, tú le vas a cantar esto:
El cura chiquito
pretende a mi madre,
el chasco será
si mi padre lo sabe.
Pos claro, un día y otro día, y dale que dale y duro que es tarde, pos se aprendió el niño la copla esa y se le olvidó la otra, ¿no comprendes?... Pos ya el niño iba bien aleccionao por los padres, el padre y la madre. Conque está to el tribunal reunío, estaba el cura, el alcalde, el juez... pos to el pueblo.
- Anda bonico... canta la copla.
El cura chiquito
pretende a mi madre,
el chasco será
si mi padre lo sabe.
- ¡Niño...!
- Pos yo no sé otra... pos yo no sé otra...

JUAN SOLDAO

En aquellos tiempos de Jesucristo, antes del Señor sacar los doce apóstoles, pos San Pedro tenía un amigo, como cada cual tiene amigos, que se llamaba Juan. Se llevaban ellos mu bien. Y cuando ya el Señor sacó los doce apóstoles, pues Pedro hubiera querío que Juan hubiera ío con Él, con el Señor. Pero Juan decía:
- Yo no tengo espíritu d’eso, yo tengo espíritu guerrero. Yo... tú te vas con el Maestro y yo me voy con las centurias romanas.
Total, que Pedro se fue con el Maestro por ahí y Juan se fue a las centurias romanas. Pos ya, San Pedro, como era el íntimo, el apóstol predilecto del Señor, iban por muchos sitios los dos. Y dice el Maestro:
- Hoy vamos a ir por ahí y verás un pueblo que, ya verás, me están ofendiendo mucho y los vamos a castigar.
Conque salen anda que te anda, anda que andarás y llegan al pueblo:
- Este pueblo es.
Y le dice Pedro:
- Señor, ¿y vamos a castigar la pila de niños que hay aquí, la pila de personas que te quiere... que te aprecian...?
- Vamos a castigalos porque es que hay mucho malo y hay que dar un escarmiento.
Total, tanto le insistió San Pedro que dice:
- Bueno, Pedro, vámonos, no los vamos a castigar.
Y salen anda que te anda y ya que habían salío del pueblo había un árbol mu hermoso que tenía un avispero. Y le dice el Señor:
- Pedro coge ese avispero.
Va Pedro y coge el avispero.
- Métetelo debajo del brazo.
Se lo mete debajo el sobaco y una avispa le picó y al apretar del dolor pos las mató a toas.
- ¿Qué has hecho, Pedro?
- Que m’ha picao una.
- ¡Hombre... y porque t’ha picao una las matao a toas! Pos haber buscao a la que t’ha picao y habela matao... ¡que culpa tienen las otras!
- No podía ser.
- Lo mismo me pasa a mí.
Siguen andando, anda que te anda, predicando la buena nueva por to los pueblos de los alreores y conforme van andando, que ya habían pasao años, en un recodo ¡cataplum! ven a un militar y Pedro se queda mirando... Ya sabía el Señor, como lo sabe to, que era Juan Soldao.
- Un militar viene por allí.
- ¡Pero si es Juan!
Conque llegan, lo natural, se dieron, como dos buenos amigos mucho tiempo sin vese, besos y abrazos, como amigos de verdá. Ya se estuvieron saludando y contándose las aventuras del uno al otro...
- Pos mira lo que m’ha pasao ahora mismo con el avispero...
Y se lo contó a Juan Soldao. Ya Jesús dice:
- Bueno, vamos a seguir el camino. Mira Juan, tú no puedes venir con nosotros, nosotros lo tenemos to resuelto. Si aquí se hace de noche aquí pasamos la noche, si comemos, bien, y si no, pos ayunamos... nosotros no tenemos problemas ni dinero, no nos hace falta el dinero.
- Yo... yo me voy con vosotros, yo no quiero... ¿qué te parece, Pedro?
- Sí, sí Señor, este se viene con nosotros.
Bueno, pos se van los tres, salen en santo amor y compaña, y lo propio, les da gana de comer. Y dice el Señor:
- Llégate, Juan, a aquel rebaño y diles que te den un borrego pa comer nosotros.
Conque llega Juan y dice:
- Ha dicho el Maestro Jesús de Nazaret que me des un borrego.
- Toma hombre.
Y le dio un borrego negro mu hermoso que había allí, un borreguillo negro mu hermosísimo.
- Ahora avíalo.
Se puso Juan, avió el borrego, se ponen a comer y el Señor no hacía na más que escarbar en la sartén.
- ¿Qué buscas, Señor?
- Yo... pos na... una tajá de asaurilla.
Y Juan se la había comío to la asaura el solo. Y le dice:
- Los borregos negros no tienen asaura Maestro.
- No sabía yo eso.
Siguen comiendo y otra vez venga rebuscar.
- ¿Qué buscas?, ¿qué buscas, Maestro?
- Una tajaílla de asaura.
- ¡No te dicho ya que los borregos negros no tienen asaura...!
Terminan de comer y siguen anda que te anda y llegan a un pueblo que había un rey mu viejecico y estaba ya expirando. Y al enterase de que estaba allí el Señor, dicen:
- Ya viene el Maestro, el Señor, es Jesús de Nazaret, vamos a que nos cure el rey.
Va el Señor y les dice:
- Preparad ahí una lumbre de carbón.
Preparan una lumbre de carbón y echan al rey y lo asaron ¡pos ya verás! bien asaíco. Lo sacaron, lo pusieron en lo alto de una tarima y hace el Señor así, le echa la bendición y salió de veinte años. Chiquillo, ¡pos tos, pos ya verás de contentos! Le dieron una pila cuartos y el Señor los dineros decía que era cosa de Juan, Juan se encargaba de llevalos. Juan era el que hacía y deshacía. Pedro y el Maestro no hacían na, él organizaba esto, lo otro, el asunto de la comida... Estuvieron ya en muchos pueblos y hacían muchos milagros, hacían muchas curas... lo que hacía el Señor en tiempos de su carrera por la vida. Y llegan a un cruce de caminos y le dice:
- Mira Juan, tú no puedes venir con nosotros. El plan que llevamos nosotros no es plan materialista, tú eres mu materialista de modo que tú te vas de aquí ya. En este cruce de caminos tú te vas pa tu casa y nosotros seguiremos la ruta. El camino nuestro es llegar al cielo, nosotros aquí con la Tierra no tenemos na que ver.
Como pilló los cuartillos lo vio bien. Le da la mano al Maestro, abraza a Pedro, se despidieron... Ya el Señor y Pedro se fueron por un lao y por otro Juan. Y Juan llega a un pueblo y le pasó lo mismo que al Señor con el rey de antes. Llega al pueblo y le dicen:
- El rey está muriendo.
- ¡Ah, eso está arreglao en un instante! Echame, echame una buena lumbre.
Buscan, echan una lumbre y va Juan Soldao cuando ya estaba bien asao, le echa la bendición con la mano derecha y el tío no resucita.
- ¿Qué es esto?, ¿no lo habré hecho bien hecho? ¿Sería con la izquierda?
Le echó veinte mil bendiciones con la mano izquierda y otras veinte mil con la mano derecha pero allí, metío en una habitación con el muerto ya asao, que ya no podía ni respirar, que se moría afixiao, dice:
- Señor, tú que to lo puedes y que to lo sabes, ¡Maestro acúe y sácame de este apuro que ya no me meto en más coloquios!
Y el Señor ya lo sabía y ya se lo había dicho a Pedro.
- Mira lo que ha hecho Juan.
Y dice Pedro:
- Maestro, tenemos que sacalo del apuro.
Pos nada, pa hacele pasar más, el Señor no se presentaba. Y Juan otra bendición y otra bendición, que si con la izquierda, que si con la derecha... Y ya en la puerta tom tom...
- ¿Está ya el rey?
Y echaba ca gota de suor el pobre...
- ...y ya tengo que abrir la puerta... ¡que me esuellan aquí!...
A to esto el Señor y San Pedro entran en la habitación.
- ¿Qué has hecho, Juan?
- ¡Maestro, maestro sácame d’esto que ya no me meto más en camisa de once varas!... ¡Por lo que más quieras sácame d’esto que me esuellan cuando abra la puerta!
Conque va el Señor, le echa la bendición, y salió, que si buen mozo era a sus veinte años, mucho más salió tavía de lo que era, ¡como de salir de la mano del Señor! Pues ya abre la puerta mi Juan Soldao y San Pedro y el Señor se perdieron otra vez, salieron afuera esperando. Conque abre la puerta, entran y venga hacele palmas, venga vivas, venga cosas, ¡vaya! y si dinero le dieron por uno, más dinero le dieron por otro.
- ¡Blotas!, ¡qué pila dinero! Con esto yo... Lo que voy hacer... lo repartiremos con Pedro y el Maestro.
Ya se quedó el rey allí con sus cortesanos; Juan se encuentra con el Maestro y Pedro a la salía del pueblo.
- ¿Qué, qué hay Juan?
- ¡Ay, Señor, mira lo que traigo. Este lo vamos a repartir pa los tres!
Y dice el Señor:
- Pos sí, tienes razón, hombre. Va a ser mucho pa ti...
Y va el Señor, agarra el dinero, y en vez de tres pilas hace cuatro. Ya el Señor estaba viendo el pensamiento de Juan: "¿Pa quién será esa pila? Si estamos tres, ¿pa quién será esa pila? ¿Será pa Pedro?, ¿será pa él? ¿Pa quién será si hay cuatro pilas y estamos tres na más?".
Y ya él no veía na más que cuatro pilas allí.
"¿Tendrá hechura de llevase él dos, o serán pa Pedro las dos? Si me las diera a mí...".
Y venga... y el Señor poniendo una y otra y luego otra y otra... Conque ya que están las pilas hechas dice el Señor:
- Bueno ya están aquí las cuatro partes hechas.
Y hace Juan:
- ¡Ay!
- Una pa mí, otra pa Juan, otra pa Pedro... y esta pa’l que se comió la asaura del borrego negro.
Y salta Juan y dice:
- ¡Yo!, ¡yo!, ¡pa mí Señor!
- Ves tú como no puede ser, Juan. Encima de to mira que pronto has caío en la mentira, ¿ves tú? De modo que llevate to el dinero igual que el primero te lo llevates. Y ya nos despedimos. Y si eres bueno y subes arriba nos veremos en el cielo. Me vas a pedir tres cosas y te las voy a conceder.
- Mira, Señor, yo quiero...
Y le dice Pedro:
- ¡Juan, la gloria!
- La gloria, la gloria... Mira Señor yo quiero...
- ¡Juan, la gloria!
- ¡Déjame a mí de glorias! Yo no quiero la gloria. Yo quiero que ca vez que meta la mano en mi bolsillo saque un denario.
- Concedío lo tienes.
Y Pedro venga achuchale:
- ¡La gloria, Juan, la gloria hombre!
- No quiero morime nunca.
- Condedío lo tienes.
- ¡Pide la gloria!
- ¡Déjame a mí de gloria!
- Una te queda, pídela.
- En la puerta de mi casa tengo una jiguera; cuando tenga jigos que no se suba ninguno y si se sube alguno que no se pueda bajar hasta que yo se lo diga.
- Pos concedío lo tienes.
Ya tenía las tres cosas, de modo que allá que se fue tan agustico.
- Con esto tengo yo pa enterrar a mi pueblo en el dinero.
Cuando ya se despidieron le dice Pedro:
- ¡Te tienes que acordar de lo que te dicho de la gloria y si no ya lo verás!
Total que llega a su pueblo cargao con la pila de dinero, mas ca vez que se metía la mano en el bolsillo sacaba un denario, ¡pos ya ves tú!, ¡cuándo se le iba a acabar la fortuna!... pos nunca en la vida. Pos tenía allí to lo que quería, no era engorrono pa na... Y pasa el tiempo y dice:
- Estoy yo harto de estar aquí en la Tierra... ¡Ah, voy al cielo! Pedro me abre a mí la puerta, era mu buen amigo mío.
Llega al cielo.
- Pom pom.
- ¿Quién?
- Pedro abre que vamos a echar un ratillo... Vengo a queame aquí con vosotros.
- No, no, no lo pedites, no puedes venir. Aquí no puedes entrar.
Y se vino otra vez pa bajo a la Tierra, otra vez a su casa. Y un día, ya que había pasao mucho tiempo, está comiendo y llega el diablo y le dice:
- Juan, que vengo a por ti.
- Sí, espérate que termine de comer. Súbete a la higuera y cómete cuatro jiguillos ahí, hombre.
Pos el diablo, pues se sube a la higuera y ya no podía bajar hasta que él no se lo dijera. Y Juan se lía a metese las manos en los bolsillos y arrejuntar a to los chiquillos del pueblo.
- ¡Venga muchachos, a cuartillo la pedrá!
Pos claro, juntó a tos los chiquillos y tos a pelotazo va, pelotazo viene con el diablo hasta que le rompieron hasta los cuernos; lo hicieron peazos, hasta el rabo perdió.
- ¡Déjame por Dios Juan, que me voy y no te llevo!
Y entonces ya le dijo:
- Ale, ya puedes ite.
Pilló el camino el diablo, se fue al infierno y ya pos Juan se queó tranquilo en su casa. Pero pasa el tiempo.
- ¡Ay que ver! Yo ya estoy cansao de la vida, yo no puedo ya estar así.
¡Como no se moría nunca! Y ya no podía tirar ni de los apargates.
- Voy otra vez a ver a Pedro.
- Tom tom.
- ¿Quién?
- Abre Pedro, vamos a echar un cigarrillo.
- No Juan, puedes ite tranquilamente que aquí no entras, aquí yo no te abro la puerta.
Conque se viene otra vez p’abajo y llega a su casa y otra vez se mete allí y sigue la vida cotidiana suya. Y pasa el tiempo.
- Pedro no abre la puerta. Yo voy a ir al infierno, ¡qué carajo!
Pilla una almaraz, se la mete en el bolsillo pa sí se le rompen los apargates en el camino. Llega a la puerta del infierno, toca, y el diablo que había ío a por él estaba allí. Los diablos saben pos lo mismo que los ángeles porque son espíritus puros, igual, na más que pa lo malo.
- ¡No vayas a abrir que es Juan Soldao!
- ¡Quita!
- No abras, no. Mira Juan, te puedes ir que no...
- Pos yo no conozco a Juan Soldao, yo quiero velo.
Conque tenía el almaraz en la mano y va y mira el diablo por el ojo de la puerta y va Juan Soldao, mete el almaraz por la cerradura y le saltó el ojo al diablo.
- Toma, na más que por eso... No te dicho que era Juan Soldao, pos ahora vas a perder el ojo.
De modo que allí se queó el pobre diablo curándose, ¿no? y ya Juan Soldao pilló el camino y se fue a su casa. Llega a su casa y otra vez el mismo problema, otra vez harto de la vida.
- ¿Qué hago? El diablo no me abre la puerta del infierno. Pedro no quiere abrime la puerta del cielo...
Conque ya pasa otra temporaílla y dice:
- ¿Y Pedro?, ¿tendrá vino allí? A lo mejor no tiene vino.
A San Pedro le gustaba mucho. Conque va y pilla una buena bota, se la cuelga y sale anda que te anda. Llega a la puerta del cielo.
- Tom tom.
- ¿Quién?
- Abre Pedro, que vamos a echar un parrafillo.
- No, no. No te canses que ni te abrí ni te abro.
- ¡Anda hombre! Yo no quiero cuentas con el cielo. Déjate tú de cielo ahora. Vamos a echar un trago vino, que seguramente vinillo como este que traigo no l’has catao tú aquí en mucho tiempo.
San Pedro, de que mentó el vino, ahí perdió to. Va, pilla el manojo las llaves, abre la puerta, y al abrir la puerta agarra la bota vino y se despampana Pedro con su bota y por debajo las patas se coló Juan.
- ¡De aquí ya no me echa ni el Maestro, ya me metío Pedro!
A esto que llegar el Señor y dice:
- Ves tú Pedro, por culpa tuya nos vamos a quedar con Juan, hombre. ¡Ya quién lo echa ya que está aquí! Pa otra vez que te sirva de escarmiento que no te empines el coo.
Ya se quedó Juan Soldao en el cielo. Y allí vivió tan agustico al lao del Señor.

EL DON DE LA OPORTUNIDAD

Había un labrador que tenía un mozalbete y llega el tiempo de la siega y va... pa preparar el pan pa los segaores y to eso, pa’l trajín de la casa, va le prepara en un borriquillo fanega y media de trigo pa llevala al molino y le dice:
- Mira hijo mío, coge el burro con la fanega y media de trigo y ve diciendo to el camino, que no se te olvide ¿eh? "Fanega y media, fanega y media, fanega y media..."
Pos sale el mozalbete con su carga de trigo, se echa el ranzal así al cuello, sobre los hombros, y va andando:
- Fanega y media, fanega y media, fanega y media, fanega y media, fanega y media, fanega y media...
Y llega ande estaban trillando una parva. Y pasa delante la parva:
- Fanega y media, fanega y media, fanega y media...
Y viene uno con una horca d’esas de aventar y dice:
- ¿Qué dices ladrón? ¿Fanega y media que na más que saquemos con la buena parva que tenemos aquí?
Y le pegó tres o cuatro sartenazos que lo eslomó.
- ¿Y que digo?
- Contra más mejor, contra más mejor, contra más mejor...
Conque se echa su ranzal y sale:
- Contra más mejor, contra más mejor, contra más mejor...
Llega a una casa que estaban sacando un muerto y se queda parao y se pone así con los brazos caíos:
- Contra más mejor, contra más mejor, contra más mejor...
Y salta un familiar:
- Ladrón, ¿cuantos más muertos mejor? ¿Es que no hay bastante con uno...?
¡Cataplum! le pegó tres o cuatro castañazos y el pobretico dice:
- ¿Pos qué digo entonces?
- Que no salga ninguno.
Conque sigue anda que te anda:
- Que no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno.
Y anda que te anda, anda que te anda, anda que te anda...
- Que no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno...
Y llega a un charco mu grande que se habían caío dos frailes y no podía salir ninguno de los dos, estaban los dos navegando dando manotazos, no podían salir. Y se pone delante d’ellos:
- Que no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno...
Y los dos frailes:
- ¡Si te pilláramos te hacíamos peazos!
- Que no salga ninguno, que no salga ninguno, que no salga ninguno…
Total, dando manotazos uno pudo salir y llega donde estaba él y le pega una capuana que lo puso bien.
- Entonces, ¿qué tengo que decir?
- Nada... tienes que decir pos que como ha salío el uno que salga el otro.
Andando, anda que te anda, dice:
- Como ha salío el uno que salga el otro, como ha salío el uno que salga el otro, como ha salío el uno que salga el otro...
Y llega al molino y había salío una astilla de la piedra y se le había clavao al molinero en el ojo y se había vaciao. Y dice:
- Como ha salío el uno que salga el otro, como ha salío el uno que salga el otro, como ha salío el uno que salga el otro...
- ¡Ladrón! ¿Qué quieres que me quee ciego...?
El molinero pos el pobre se creía que conforme se le había vaciao un ojo que se le vaciara el otro y le pegó otra paliza. Y allí molieron la molienda y se la llevó otra vez sin saber ya lo que se llevaba. Pero los coscorrunazos sí.

EL LOBO QUE LE CRUJIÓ LA RABERA

Una mañana d’estas del mes de mayo tan hermosas se levanta el lobo mu tempranico y se pone en la puerta de la vivienda a estirase y ¡plas! le cruje la rabera.
- ¡Buen día voy a tener hoy! Al levantame m’ha crujío la rabera y el día como pinta tan hermoso... ¡vaya qué día voy a tener...!
Sale anda que te anda, anda que andarás, paseándose por su propiedad, dándose una vuelta por to el monte, ahí por tos sus andergues venga pasease...y por un carril ve la hija del panaero con una canasta de pan, que iba de llevala a una tienda.
- ¡Vaya, buen día! No digo yo que tenía que tener buen día hoy... Ahí tengo la hija del panaero, que tiene un buen bocao... ¡y si no los panecillos! Eso es cosa buena.
Pos va y dice:
-¡Ah! Se me tiene que presentar mejor... pa que voy a esperdicialo... ¿Voy a empezar de primeras...?. No, pa lo último, pa lo último. No tiene importancia.
Sigue paseando, venga pasear y llega donde había una yegua con un potrillo. Dice:
- ¡Buenos días, comá yegua!
- ¡Venga usté con Dios, compá lobo! Pos mire usté... aquí estoy con mi potrillo.
- Pos na... Voy a comeme el potrillo.
- Lo que usté quiera. Pero antes mire usté... que m’he clavao una astilla aquí en el casco, una púa, a ver si usté me la quita.
Y va el lobo con to la buena fe del mundo y hace ¡cataplum! le pegó una patá que le hizo la boca peazos. Pos ya no podía comer.
Sigue anda que te anda, anda que te anda, y viene la lechera a llevar la leche y dice:
- ¡Bah! Voy a echar buena mañana...
Conque dice:
- ¡Ah! ¿Me tomo la leche? ¿No me la tomo? Seguiré pa’lante a ver si esto me se calma también un poco.
Y va pa’lante y llega a un sitio donde había una marrana. La marrana tenía cuatro, cinco marranicos.
- ¡Dios guarde a usté comá marrana!
- ¡Venga usté con Dios compá lobo!
- ¿Ande va usté por aquí?
- Pos nada... que he venío a dar una vuelta... a ver como va la vida, a ver si pillamos algo. Y los lechoncillos están bonicos... Me voy a comer unos cuantos d’ellos. Por lo menos pa saciar el apetito.
Y dice la marrana:
- Pos sí, no estaría mu mal, está mu bien. Pero, ¿no es una lástima que se los coma usté malos? No le van a sentar bien al estómago. Es mejor que los bauticemos.
- Pos sí, ha pensao usté bien comadre.
- Pos vaya usté compá lobo y tráigase este cacharrillo de agua ahí de la orilla del río.
Y el río tenía un salto grande y el lobo se acacha pa sacar el agua y hace la marrana ¡pum! le pega un jocicazo y lo echa al río. Y allá que se lo llevó el agua río abajo. Conque dice:
- ¡Señor, ay que ver mi vida! Con la buena mañana que yo podía haber echao con la panaera, si no con la panaera luego hay que ver el potrillo...
Se le hacía la boquita agua de pensar en aquello...
- ...Y si no cuando tenía las muelas joías tavía me podía haber bebío la leche... ¡Ay que ver! Y aquí voy que me ahogo...
Total, venga navegar, venga navegar, que va a salir a un remanso mu bonico con un bosque con muchos árboles y había allí un leñaor cortando leña con un hacha en lo alto un árbol. Y sale y se pone debajo del árbol, se sacue, y se seca...
- ¡Veremos a ver lo que me depara la mañana porque hay que ver la racha que llevo...!
Y empieza otra vez la repetición con la panaera, el potrillo... en fin, hasta llegar a la marrana.
- ¿Y quién me mandaría a mí meteme a monaguillo pa bautizar los marranos? ¿No es pa que me cayera un rayo y me parta la cabeza?
Y hace el leñaor ¡catapún!:
- Ahí lo tienes.
Le tiró el hacha y le partió la cabeza y allí se queó.

BOTA, HIJO MÍO BOTA, QUE ES DE LA VIRGEN LA PELOTA

Había un rey que tenía una hija y tenía él el capricho de que tenía que casase con un hombre que tuviera los dientes de oro de nación. Y era mu guapísima, mu guapísima, un dechao de perfección de mujer, una cosa estupenda. Unos por querela por el reinao, porque tenía un reinao mu fuerte su padre, y otros porque la querían... lo normal era porque la querían porque es que era mujer pa eso. Pero ella no podía casase porque el padre no daba consentimiento, tenía que ser con uno que tuviera los dientes de oro. Pos muchos se quitaban la dentadura con buenos artistas que había de hacer dentaduras ¿no? ¡y le hacían la dentaura que era la suya! Pero nada... al rey no lo engañaban.
Pasa el tiempo y que no había ninguno, pero claro, como el Universo es el Universo, ¿no comprendes? el cielo y la tierra y to, pues el diablo dice:
- Aquí tengo yo buena materia con este hombre.
Se presenta el diablo vestío de caballero pa casase con la hija. Pos nada va el rey le trastea la boca y aquellos dientes eran suyos.
- Na... tú te casas con mi hija.
Se casan y por la noche va ella y se santigua y dio él un salto y se metió debajo la cama y de ahí no salió en to la noche. Conque va por la mañana y le dice al rey:
- El brazo este hay que cortáselo a su hija.
Conque le cortaron el brazo derecho. Llega la noche y ella con la mano izquierda se santigua otra vez. Otro sartenazo y abajo. Y le cortaron los dos brazos. A otro día por la mañana dice el diablo:
- Bueno, yo me tengo que ir y me llevo a mi mujer.
Conque salen anda que te anda, anda que te anda, ella ya sin brazos, camino del palacio suyo, que le decía él a ella. El infierno. Pero ella era mu buena cristiana y no podía entrar en el infierno. Conque anda que te anda que te anda, llegan a un sitio que había una cueva. Había una bifurcación de caminos, ya el camino pa el infierno y otro.
Y entonces ella se quedó allí en el camino porque hacía la señal de la cruz con la cabeza, invocaba a Dios y el diablo pos no podía acercase a ella. Entonces ya en una d’esas dio una zapacrita ¡pum! y se fue al infierno. Y ella, la pobretica, se quedó allí.
Pos ella comía lo que podía pillar de yerbas, de lo que fuera, por la boca. Había un manantial de agua allí cerca y bebía agua. Y pasa una pila de días y un día hay una fiesta en el palacio y se pierde un perro pero ven que también falta la pierna más hermosa de carne que había en el asaor.
- Los perros nunca han hecho esto... ¿Y este perro... ande habrá ío a comesela...?
Conque se asoman y ven que va el perro con la pierna de carne por el camino. Pos ya la guardia de palacio detrás del perro. Llega el perro a la cueva y se la puso en la falda, ¡ya ves tú como tendría ella la falda!... y rabiando que estaba se puso a comer la pobre. Conforme estaba así comiendo llegan y entonces la pillan se la llevan a la casa, la asearon bien, la vistieron... en fin, ya al ver aquella mujer tan guapa el príncipe, pos que se enamoró d’ella y que se casa con ella. Y ya le dijo lo que había pasao.
- Eso ha sío el diablo por tu padre, por la avaricia del oro... Yo como a ti te quiero, yo me caso contigo.
Ya se casaron y al tiempo viene una guerra. Y él se fue a la guerra y ella se queda embarazá y tiene dos mellizos. La reina va y le escribe una carta al príncipe que tiene un niño y una niña. Y entonces el diablo, en el camino, como el diablo siempre está pa lo malo, como es natural vive de su negocio, va intercepta la carta y le dice: "Ha tenío un perro y una perra".
Y entonces llega la carta, la lee el príncipe y contesta: "Si es perro y perra, lo que sea, dejalos ahí hasta que yo vaya". Y entonces el diablo intercepta otra vez la carta en el camino y la cambia: "De contao que llegue el dador con esta los matarás". La pobretica se descomponía llorando. Ella tenía los brazos de las mujeres que le habían puesto pa servila ¿no comprendes? ya pues al perder eso... Pues dice la reina:
- Id y que los maten y traéis los ojos de las dos criaturas.
Conque van los palaciegos y la sacan pa matar a los niños. A ella le hicieron unas alforjas y llevaba un niño a cada lao de las alforjas. Tenían hambre pos le daba teta de un empujón y así anda que te anda. Llegan allá a un monte y van a matalos y ella pos de rodillas llorando por sus niños. Y al ver aquél cuadro pos el mandamás dice:
- Aquí no va a pasar na. Aquí vamos a pillar dos alimañas, le vamos a sacar los ojos, se los llevamos a la reina... y ya hemos cumplío con nuestro deber, pero matalos no los hemos matao.
Conque pillaron dos alimañas, se llevaron los cuatro ojos y ella se quedó en el bosque. Y a poquito poco, lo que pasa una madre por criar un niño, que es lo propio, que eso no lo sabemos apreciar hasta que no tiene hechura... y dando vueltas por el bosque encuentra una salía y por allí sale.
Conque va anda que te anda, anda que te andarás, y ya tenía mucha sed y los niños llorando, también pos las criaturicas lo mismo... y con las alforjas así a ca lao. A esto un acuaducto y tenía una balsilla y va ella a beber agua y caen los dos niños dentro de la balsilla. Y el instinto ¿no? el instinto de querer salvar a los niños... hace de cogelos y le salieron las dos manos.
Y entonces agarró a sus niños, ya les dio agua, los lavó, los arregló dentro de lo que pudo ¿no? y ya pos niños de su alma... La Virgen, como había sío tan buena, le puso las manos de recompensa. Ya sale anda que te anda siguiendo el agua y llega a un cortijo antes de llegar a la población.
Ya a to esto había pasao mucho tiempo, ya la guerra había terminao. Y llega al cortijo y el cortijero, de ver aquella mujer y aquellos niños pos ya le dieron de comer. Ella sabía muncho, era una muchacha mu bien educá, la habían educao mu bien educá, como entonces se educaban que sabían toas coser. Le dieron un cacho de tela y se hizo unos capizallos a los chiquillos y ella ¡ya verás! pos cantando, alegría, alegría... y allí en el cortijo.
Pos pasa un poquillo tiempo y viene una cacería, con unos lebreles que daba miedo... unos perros... pos del rey. Conque ella, pa que no fuera a pasale na a sus niños se metió en una habitación con ellos y la Virgen le había regalao una pelota pa que jugaran los niños.
- Juega, juega bonico, jugad con la pelota... que os ha regalao la Virgen una pelota... venga... hala... que os ha regalao la Virgen la pelota...
Y a to esto ya está la furia de los perrazos, to los lebreles, y tos allí en las puertas aquellas, ya tos allí descansando.
- ¿Boto, mama boto?
- Bota hijo mío, bota, que es de la Virgen la pelota.
Y el rey se quedó oyendo cerca la ventana.
- ¿Si parece la voz de mi mujer?
Conque va abre la puerta, sale ella y se queó... pos congelá de alegría.
- ¿Si tú no tenías manos?
- Es que me las puso la Virgen.
Y ya le contó to la trayectoria, ya sacaron to el asunto de las cartas con la madre d’él y ya entonces el rey logró tener otra vez a su mujer y a sus hijos. Se fueron a palacio, vivieron felices, comieron perdices y una mijica alcaravea pa que tú te lo creas.