viernes, 10 de agosto de 2007

LA LÁMPARA DE FRANCISCO

Una vez había un matrimonio y to la ilusión que tenían era que la cigüeña les trajera un hijo. Y se les cumplió los deseos, pasó el tiempo y la cigüeña les llevó un niño ¡más bonico!... era mu bonico, mu pintiparao, un niño más guapo, más lindo y hermoso... Pos lo recibieron la mar de alegres, vaya, con su niño p’acá, su niño p’allá, su Francisco p’acá, su Francisco p’allá...
Pasa el tiempo y Francisco pos se pone grande y le toca la milicia y en aquellos tiempos como no había na más que el triste carro, el que tenía un carro, y el que no burros, mulos.... no había otra cosa. Pues los soldaos cuando se los llevaban por ahí y luego cuando los licenciaban les daban los haberes que les hiciera falta p’al camino ¿no? y ya llegarás a tu casa. Pero si se descuidaba una mijilla pos no les alcanzaba, siempre lo daban sisaico, lo que es los asuntos militares.
Pues pasa el tiempo, se hace un hombre, va a la mili y resulta que hay una guerra y entonces se tiró una buena campaña y cuando acabó la guerra pos ya lo licenciaron a la fuerza, le dieron su licencia, pilló el camino y sale anda que te anda, anda que te anda a su casa y pasa por una casa de campo que había na más que una mujer anciana. Llega a la casa y le dice:
- Buena mujer...
- ¿Ande vas mancebo?
- Pos mire usté, que he estao en la guerra, voy licenciao y voy a ver si llego a mi casa.
- ¿Dónde vives tú? ¿De dónde eres?
- Pos ahí mu lejísimos, me faltan todavía quizá dos lunas pa poder llegar a mi casa.
- Ya ves, medio mes.
- Si quisiera usté que pasara la noche aunque fuera aquí en un rinconcico en la cocina... o el pajar si tiene, ande sea pa no pasala a la interperie.
- Si hijo mío, pasa ahí dentro.
Y fue y le echó un jergoncico pegao al fuego.
- Ahí al calorcico del fuego y el jergoncico ese ya verás que agustico pasas la noche.
Pos efectivamente, va la anciana se acuesta en su cama, cierra su puerta por dentro y Francisco se echa en su jergón y a la pata la llana, no hace na más que echase y ponese a roncar, en la gloria se queó, venía cansaico el pobre y pilló aquello que daba encanto. Conque se levanta por la mañana, al mismo clarear el día, y se pone allí, en un lebrillo que había con agua, a lavase la cara. Y a esto ya la vieja lo sintió.
- ¿Qué, cómo has pasao la noche?
- Ay, pos mire usté, he pasao la noche estupendamente, he dormío de un tirón. Venía mu cansaico y de verdá, estoy en condiciones de emprender la marcha como si no hubiera hecho na.
- Bueno hombre, ¿cuando te vas a ir?
- Yo... pos ahora mismo si viene bien.
- No, quédate aquí que vamos a desayunar y me vas a hacer un trabajillo.
Fue la vieja, tenía un horno en el cortijo, metió en el horno un pote de café, se calentó, se tomaron el café y dice:
- Mira, el trabajico que me vas a hacer es que fíjate, vente conmigo.
Se lo lleva a un pozo que había allí y lo puso en el brocal del pozo.
- Mira, aquí en este pozo hay una lámpara y yo no puedo abajame a por ella porque no tengo yo fuerzas ya pa abajame, ¿cómo me voy a bajar yo? No puedo. Y me la tienen que sacar y mira la casualidá que tú has venío. Y has venío que ni comprao porque tú eres joven, tienes fuerzas, y tú puedes bajate al pozo. Que yo te ayudaré, tú te metes en el cubo, yo te voy dejando cuerda con la cadena y luego te subo otra vez p’arriba... tú luego ya pos me ayuas a poquito a poco, vas tirando de la soga pa’l otro lao y yo te subo arriba.
- Pos sí.
Conque va se abaja al pozo, Francisco pilla la lámpara y estaba encendía.
- ¡Vaya una lámpara bonica!
Y le daba vueltas y revueltas y la lámpara no se apagaba, estaba siempre encendía. Y le dice la vieja:
- Mete la lámpara en el caldero y échamela p’arriba.
- No, súbame usté p’arriba y la lámpara que suba conmigo.
- Tú no seas tonto, tú echa la lámpara en el cubo que yo tiraré d’él y yo lo subo arriba.
- Pos no, no, que no la echo.
- Tú tienes que échamela en el cubo.
- No, que como no me suba yo en el cubo con la lámpara... la lámpara sola no la subo p’arriba.
- ¡Pos ahí lo llevas!
Y echó cubo y cordel y to abajo. Y el pobretico pos se sienta allí y está la lámpara ardiendo.
- Pos aquí estoy yo... Si el pozo tuviera aunque fuera una escurriura de agua pos bebería agua que ya tengo sed, pero ni agua... ni comida. ¡Buena mujer, écheme usté una soga! ¿Me va usté a echar una soga y otro caldero y me subo p’arriba...?
- No, no, si me subes la lámpara sola sí, si no no. Tú no tienes que subite, yo te subiré cuando me des la lámpara.
- No, pos la lámpara no se la doy.
- Pos entonces quietecico ahí.
De modo que pasa to el día y ya tenía hambre, lo propio, y mucha sed. Y estaba sentao delante la lámpara.
- ¡Válgame Dios! y ahí estás... y ¿pa qué te quiero? y ¿pa qué me quieres? Y anda el papel que yo voy a hacer aquí, aquí morime de hambre. La vieja esta no me echa a mí ni agua ni comía... Voy a ver si tengo pa hacer un cigarrillo, ah, me quea un poquillo tabaco.
Coge el tabaco, lo saca, saca un papel, lía un cigarrillo, coge la lámpara pa encendelo y al cogela sale un genio de la lámpara.
- ¿Qué quieres Francisco?
- ¡Ah, caramba, pos ya está aquí!
- ¿Qué quieres?
- Pos por lo pronto aquí tranquilamente quiero comer, que tengo hambre.
Pos na, allí salió una mesa... ¡ya ves tú! con ca tajá de longaniza, ca tajá de lomo, ¡blotas!, ca plato de arroz con leche y de natillas ¡chiquillo!... un plato de papajotes ¡blotas! chiquillo que pila de cosas más buenas ¿eh? Vasos de vino generoso, botellas de cerveza, en fin, la gloria celestial allí... garbanzos tostaos, alcagüetes, turrón... Cuando ya comió le dice al genio:
- Bueno pos ya puedes llevate lo que ha sobrao.
Conque va el genio, quita las cosas y le dice:
- Mira pos ya sabes que cuando yo te haga falta no tienes na más que encender un cigarro.
- Bueno tavía me haces falta. Ya he comío pero estoy aquí y yo quiero salir de aquí.
- Eso está hecho.
- Sácame pero no aquí con la vieja, no quiero ni vela porque si la veo y el feo que sa tirao conmigo le voy a pegar un trancanzo y mi conciencia a mí no me manda eso.
En un instante lo sacó fuera pero en vez de dejalo allí mismo lo sacó más lejos.
- Bueno pos ya estás aquí, ahora ya me voy y ya sabes como tienes que llamame.
- No, pero espérate. Yo quiero llegar a mi casa y tener una casa mu hermosa, mu buena, y no la casilla que tenían mis padres cuando yo me vine.
- ¡Ale concedío lo tienes!
Pos llega a su casa, aquella casa tan hermosa, tan linda, aquellas habitaciones, aquellos muebles... y lo propio, los besos, los abrazos y la alegría de vese, de tanto tiempo que había estao por ahí. Y le dice la madre:
- Hijo mío, si esto ha sío obra de un milagro... esto es cosa de Dios. Fíjate la casa que teníamos y mira la casa que tenemos, ¿no ves qué habitaciones, no ves qué muebles...?, ¡qué casa más linda! ¡Y qué alacenas bien preparás de comida...! ¿no ves qué vajillas tenemos?
- Sí sí... se ve que habéis progresao mientras yo por ahí.
Conque ya le dice la madre:
- Pero es una casa esta mu grande... Y yo sola aquí ¿qué hago? Si empiezo por una punta de una habitación a limpiar y no he llegao a la otra punta cuando ya sa ío el día de lo grandes que son las habitaciones.
- Usté no se preocupe madre.
Va, enciende un cigarro, viene el genio y dice:
- ¿Qué quieres Francisco?
- Pues mira, que mi madre está sola aquí, que venga la princesa, que el rey se portó mu mal conmigo porque cuando me licenciaron no me dio na, como se portó tan malamente conmigo ahora que su hija pague las consecuencias, que le ayue a mi madre.
- Pos lo tienes concedío.
El genio le trae la princesa a la casa y la madre, como si hubiera sío una criada, se pusieron a hacer las cosas y ya entre las dos les cundió. Y ya pa mediodía, poco más o menos, terminaron y le dice la madre:
- Bueno hala, muchacha vamos a comer.
Pues nada, la princesa tenía hambre, que aunque era princesa también le da hambre ¿no? Comieron y entonces fue Francisco le dijo al genio que se la llevara a su casa. Y el rey y la reina pos lo propio.
- Fulana, ¿aonde has estao to la mañana...?. Te hemos estao buscando y no te hemos encontrao, hemos recorrío to los jardines del palacio y to los rincones, si por poco echamos requisitorios pa encontrate.
- Es que he estao con una amiga...
No quiso decir na.
- Ale, ale... vamos a comer.
- No, yo ya he comío, lo que tengo gana es de descansar.
La pobre iba reventaica, pos ya verás. Conque pasa el día y nada, cuando tenían ganas de comer ya Francisco le dijo al padre y la madre lo que era esa lámpara, la tenían puesta en una repisa, y cuando tenían gana, pa no aviar ellos y que se lo hicieran, pos encendía el cigarro, se presentaba el genio y les preparaba pos to lo que le ordenara. Pero pasa el tiempo y dice la madre un día:
- ¡Ay que ver Francisco! Voy a limpiar otra vez la casa... ¡y aquella muchacha sabes que era mu apañá!
Ella no sabía que era la princesa y él no se lo había dicho tampoco a los padres.
- Era mu apañá y sabe mu bien hacer las cosas.
- Pos madre, no se preocupe usté, la tendrá.
Enciende el cigarro, aparece el genio y le dice:
- ¿Qué quieres Francisco?
- Pos nada, quiero que venga otra vez la princesa y que le ayude a mi madre.
Pues efectivamente, p’al otro día por la mañana ahí estaba la princesa. Pos hicieron las cosas de la casa, terminan y se la lleva otra vez a palacio. Y otra vez la misma juerga el padre y la madre.
- Pero mujer, no hagas más eso, ya lo hicites una vez... ¿Es que no te da a ti lástima de hacenos sufrir como nos haces sufrir?... ¿es que tú te crees que es que no sufrimos nosotros contigo?
Y quien lo iba a saber mejor que lo que sufría ella misma ¿no?, ya verás la juerga.
- Pos sí, pero que eso es... que es que m’entretenío.
En fin, la pobre se excusó y ya pos no pasó na. Y pasa otra vez otra rachilla de tiempo y viene otra vez lo mismo. Y dice la madre de Francisco:
- Francisco otra vez voy a limpiar ¡y hay que ver aquella muchacha! cada vez me acuerdo más d’ella... Se ve que tiene que ser una mujer mu virtuosa y mu curiosa, mu apañaica.
Bueno, floreándola y a él pos le gustaba que la madre la floreara porque a él le gustaba la princesa.
- ¿Usté que es lo que quiere, madre, que venga otra vez no? Pos mañana la tendrá.
Y viene otra vez la princesa y pasa la misma operación, esa ya era la de tres veces. Claro, ya se la llevan otra vez y pos ya ella llorando, la princesa le contó a los padres la odisea.
- Ni me perdío ni he salío a ningún lao, na más que una fuerza invisible y mu fuerte ha venío, m’ha llevao y he estao en una casa ayudando, las tres veces que he faltao, a limpiar y hacer las cosas de la casa, limpiar, encalichar, pintar, barrer... en fin, hacer to lo que había que hacer.
Y dice el rey:
- ¿Tú?
- Si, pos yo.
- Dime que casa es que ahora mismo los vamos a fusilar... Digo a ti, una real princesa, ponela a hacer eso.
Estaban loquitos perdíos de pillar a los de la casa pa...
- Yo no sé a donde es. Pa otra vez habrá que hacer algo pa dejar alguna señal, que conste en la casa que yo he estao.
- Pos mira, si a otra vez vas, le vas a dejar un zapato.
Pos pasa el tiempo y viene otra vez la misma juerga.
- Hay que limpiar la casa.
- Bueno madre lo que usté quiera. Otra vez que venga, mañana la tendrá aquí.
Conque llega la princesa, se puso a hacer sus cosas... ya venía aliñá en el asunto ¿no? pa dejase el zapato en la casa. Se ponen a hacer las cosas y ya más condescendientes ¿no?, eso es, la práctica de las cosas y que allí iba a caer el gorrión también. Pos pilla, terminan...
- Bueno pos como siempre vamos a comer.
Terminan de comer, ya se la llevó el genio otra vez y allí se quedó el zapato. A otro día por la mañana una brigada por aquí, otra por allí, otra por otro lao, recorriendo to los pueblos y to las casas buscando el zapato. Conque llegaban a una casa, la registraban, no estaba el zapato, pos ale...
- Ustedes perdonen, no está aquí lo que buscamos.
- De parte del rey que venimos a registrar la casa.
Registran otra casa, pos nada, los otros pa otra casa.
- De parte del rey que venimos a registrar la casa.
Pos así recorrieron to las casas y cuando llegaron a la casa de Francisco, pos encuentran el zapato, pillan a Francisco y se lo llevan preso. Y entonces ella de contao pos lo vio.
- Pos ese es.
- Bueno, pos entonces vamos a formar un consejo guerra.
Le forman un consejo guerra y pena de muerte, quemao en una pila de leña por haber abusao de esa manera de la princesa. Pos preparan en mitá de la plaza del pueblo una pila de carros de leña y preparan una pila de leña mu grande y a esto ya que estaba to la leña prepará y la gente puesta en los balcones y to, van a la cárcel a por Francisco y lo llevan amarrao y lo ponen allí d’orilla la leña y allí estaba el verdugo con la cajeta mistos pa encender un misto, de aquellos que había de la cocina que valía una perrilla una cajeta de cien mistos. Va a encendelo pa pegale fuego y le dice el rey:
- No, vamos a concedele la última voluntá. De modo que pide lo que quieras.
- Pos su majestá, yo no quiero na más que un cigarro.
Concedío, le dan un papel de fumar, un poquillo tabaco, hace el cigarro.
- Y ahora lo que quiero es encender el cigarro con una lámpara que tengo yo en mi casa. La lámpara está en lo alto una repisa que hay na más que entrar... se lo dicen a mis padres, la toman y la traen.
- Pos concedío.
De modo que van una comitiva, llegan a la casa, tocan, abren la puerta...
- ¿Qué desean ustedes?
Al ver aquella comitiva real allí pos pensaban "Esto es la mala o la buena pa nuestro hijo". Pos el padre y la madre los pobreticos desconsolaos llorando porque no tenía hechura ¡lo quemaban! era condenao a morir en una pila de leña y ya estaba preparao, na más que encender el misto.
- Veníamos... que la concedío el rey la última gracia que se concede a un reo y ha pedío fumase un cigarro y tiene que ser encendío con la lámpara que según dice está en la repisa en tal sitio.
- Ah, sí sí sí... ahí está.
Pillan la comitiva la lámpara, salen con su lámpara, llegan a la plaza y de que Francisco vio la lámpara pensó "Esta es la mía, como yo la pille ya verás".
- Toma la lámpara, enciende el cigarro.
Agarra la lámpara, agarra el cigarro y al mismo encender, el genio.
- ¿Qué quieres Francisco?
- Empezando por el rey, una paliza a ca uno de tos los que hay aquí que no puedan menease en una quincena.
Conque se lía ¡pum! garrotazo por aquí, otro garrotazo por allí, un testarazo por un lao, otro testarazo por otro... Y Francisco allí pos amarrao, con la lámpara agarrá y no atinaba a decir siquiera que lo soltara el genio de la alegría que tenía de ver los garrotazos que se daban allí. Un ministro por un lao que caía:
- ¡Ay!
El otro por otro lao:
- ¡Ay!
El rey por otro lao:
- ¡Ay, que me hacen peazos!
La reina lo mismo:
- ¡Ay!
Venga geñíos, venga alaríos y venga chillar y ya dice, cuando le había dao una buena sobá a tos los que había en la plaza, dice Francisco:
- Bueno, suéltame.
Pos el genio lo soltó y cuando ya estaban tos escuadrajaos que no podían ni menease, dice:
- Bueno, bueno está ya, ya hay bastante.
- ¿Qué... su majestá?
- ¡Ay Francisco, por lo que tú más quieras que no se repita más la operación y vivamos en paz y te casarás con mi hija!
Conque entonces fue Francisco y le dijo al genio que arreglara mu bien arreglao el palacio, lo aderezara mu bien aderezao, bien puesto, que le pusiera muchas cosas bonicas... Puso el palacio real hecho una maravilla y le dice:
- Ahí enfrente quiero que me hagas otro palacio pa mí más bonico que este porque me voy a casar con la princesa y que tenga bastante anchura pa vivir nosotros y mis padres, pa estar tos aquí junticos, un palacio enfrente del otro.
Pos el genio, na, de la noche a la mañana... si bonico y hermoso se había quedao el palacio del rey reformao, mucho más hermoso salió aquel que lo hizo de pies a cabeza. Un palacio más hermosísimo... Y entonces ya to los palaciegos mu contentos, Francisco se portó mu bien ¿no? ya se casaron, vivieron felices, comieron perdices y una mijica de alcaravea pa que mi Frasquito se lo crea.

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