viernes, 10 de agosto de 2007

JUAN SOLDAO

En aquellos tiempos de Jesucristo, antes del Señor sacar los doce apóstoles, pos San Pedro tenía un amigo, como cada cual tiene amigos, que se llamaba Juan. Se llevaban ellos mu bien. Y cuando ya el Señor sacó los doce apóstoles, pues Pedro hubiera querío que Juan hubiera ío con Él, con el Señor. Pero Juan decía:
- Yo no tengo espíritu d’eso, yo tengo espíritu guerrero. Yo... tú te vas con el Maestro y yo me voy con las centurias romanas.
Total, que Pedro se fue con el Maestro por ahí y Juan se fue a las centurias romanas. Pos ya, San Pedro, como era el íntimo, el apóstol predilecto del Señor, iban por muchos sitios los dos. Y dice el Maestro:
- Hoy vamos a ir por ahí y verás un pueblo que, ya verás, me están ofendiendo mucho y los vamos a castigar.
Conque salen anda que te anda, anda que andarás y llegan al pueblo:
- Este pueblo es.
Y le dice Pedro:
- Señor, ¿y vamos a castigar la pila de niños que hay aquí, la pila de personas que te quiere... que te aprecian...?
- Vamos a castigalos porque es que hay mucho malo y hay que dar un escarmiento.
Total, tanto le insistió San Pedro que dice:
- Bueno, Pedro, vámonos, no los vamos a castigar.
Y salen anda que te anda y ya que habían salío del pueblo había un árbol mu hermoso que tenía un avispero. Y le dice el Señor:
- Pedro coge ese avispero.
Va Pedro y coge el avispero.
- Métetelo debajo del brazo.
Se lo mete debajo el sobaco y una avispa le picó y al apretar del dolor pos las mató a toas.
- ¿Qué has hecho, Pedro?
- Que m’ha picao una.
- ¡Hombre... y porque t’ha picao una las matao a toas! Pos haber buscao a la que t’ha picao y habela matao... ¡que culpa tienen las otras!
- No podía ser.
- Lo mismo me pasa a mí.
Siguen andando, anda que te anda, predicando la buena nueva por to los pueblos de los alreores y conforme van andando, que ya habían pasao años, en un recodo ¡cataplum! ven a un militar y Pedro se queda mirando... Ya sabía el Señor, como lo sabe to, que era Juan Soldao.
- Un militar viene por allí.
- ¡Pero si es Juan!
Conque llegan, lo natural, se dieron, como dos buenos amigos mucho tiempo sin vese, besos y abrazos, como amigos de verdá. Ya se estuvieron saludando y contándose las aventuras del uno al otro...
- Pos mira lo que m’ha pasao ahora mismo con el avispero...
Y se lo contó a Juan Soldao. Ya Jesús dice:
- Bueno, vamos a seguir el camino. Mira Juan, tú no puedes venir con nosotros, nosotros lo tenemos to resuelto. Si aquí se hace de noche aquí pasamos la noche, si comemos, bien, y si no, pos ayunamos... nosotros no tenemos problemas ni dinero, no nos hace falta el dinero.
- Yo... yo me voy con vosotros, yo no quiero... ¿qué te parece, Pedro?
- Sí, sí Señor, este se viene con nosotros.
Bueno, pos se van los tres, salen en santo amor y compaña, y lo propio, les da gana de comer. Y dice el Señor:
- Llégate, Juan, a aquel rebaño y diles que te den un borrego pa comer nosotros.
Conque llega Juan y dice:
- Ha dicho el Maestro Jesús de Nazaret que me des un borrego.
- Toma hombre.
Y le dio un borrego negro mu hermoso que había allí, un borreguillo negro mu hermosísimo.
- Ahora avíalo.
Se puso Juan, avió el borrego, se ponen a comer y el Señor no hacía na más que escarbar en la sartén.
- ¿Qué buscas, Señor?
- Yo... pos na... una tajá de asaurilla.
Y Juan se la había comío to la asaura el solo. Y le dice:
- Los borregos negros no tienen asaura Maestro.
- No sabía yo eso.
Siguen comiendo y otra vez venga rebuscar.
- ¿Qué buscas?, ¿qué buscas, Maestro?
- Una tajaílla de asaura.
- ¡No te dicho ya que los borregos negros no tienen asaura...!
Terminan de comer y siguen anda que te anda y llegan a un pueblo que había un rey mu viejecico y estaba ya expirando. Y al enterase de que estaba allí el Señor, dicen:
- Ya viene el Maestro, el Señor, es Jesús de Nazaret, vamos a que nos cure el rey.
Va el Señor y les dice:
- Preparad ahí una lumbre de carbón.
Preparan una lumbre de carbón y echan al rey y lo asaron ¡pos ya verás! bien asaíco. Lo sacaron, lo pusieron en lo alto de una tarima y hace el Señor así, le echa la bendición y salió de veinte años. Chiquillo, ¡pos tos, pos ya verás de contentos! Le dieron una pila cuartos y el Señor los dineros decía que era cosa de Juan, Juan se encargaba de llevalos. Juan era el que hacía y deshacía. Pedro y el Maestro no hacían na, él organizaba esto, lo otro, el asunto de la comida... Estuvieron ya en muchos pueblos y hacían muchos milagros, hacían muchas curas... lo que hacía el Señor en tiempos de su carrera por la vida. Y llegan a un cruce de caminos y le dice:
- Mira Juan, tú no puedes venir con nosotros. El plan que llevamos nosotros no es plan materialista, tú eres mu materialista de modo que tú te vas de aquí ya. En este cruce de caminos tú te vas pa tu casa y nosotros seguiremos la ruta. El camino nuestro es llegar al cielo, nosotros aquí con la Tierra no tenemos na que ver.
Como pilló los cuartillos lo vio bien. Le da la mano al Maestro, abraza a Pedro, se despidieron... Ya el Señor y Pedro se fueron por un lao y por otro Juan. Y Juan llega a un pueblo y le pasó lo mismo que al Señor con el rey de antes. Llega al pueblo y le dicen:
- El rey está muriendo.
- ¡Ah, eso está arreglao en un instante! Echame, echame una buena lumbre.
Buscan, echan una lumbre y va Juan Soldao cuando ya estaba bien asao, le echa la bendición con la mano derecha y el tío no resucita.
- ¿Qué es esto?, ¿no lo habré hecho bien hecho? ¿Sería con la izquierda?
Le echó veinte mil bendiciones con la mano izquierda y otras veinte mil con la mano derecha pero allí, metío en una habitación con el muerto ya asao, que ya no podía ni respirar, que se moría afixiao, dice:
- Señor, tú que to lo puedes y que to lo sabes, ¡Maestro acúe y sácame de este apuro que ya no me meto en más coloquios!
Y el Señor ya lo sabía y ya se lo había dicho a Pedro.
- Mira lo que ha hecho Juan.
Y dice Pedro:
- Maestro, tenemos que sacalo del apuro.
Pos nada, pa hacele pasar más, el Señor no se presentaba. Y Juan otra bendición y otra bendición, que si con la izquierda, que si con la derecha... Y ya en la puerta tom tom...
- ¿Está ya el rey?
Y echaba ca gota de suor el pobre...
- ...y ya tengo que abrir la puerta... ¡que me esuellan aquí!...
A to esto el Señor y San Pedro entran en la habitación.
- ¿Qué has hecho, Juan?
- ¡Maestro, maestro sácame d’esto que ya no me meto más en camisa de once varas!... ¡Por lo que más quieras sácame d’esto que me esuellan cuando abra la puerta!
Conque va el Señor, le echa la bendición, y salió, que si buen mozo era a sus veinte años, mucho más salió tavía de lo que era, ¡como de salir de la mano del Señor! Pues ya abre la puerta mi Juan Soldao y San Pedro y el Señor se perdieron otra vez, salieron afuera esperando. Conque abre la puerta, entran y venga hacele palmas, venga vivas, venga cosas, ¡vaya! y si dinero le dieron por uno, más dinero le dieron por otro.
- ¡Blotas!, ¡qué pila dinero! Con esto yo... Lo que voy hacer... lo repartiremos con Pedro y el Maestro.
Ya se quedó el rey allí con sus cortesanos; Juan se encuentra con el Maestro y Pedro a la salía del pueblo.
- ¿Qué, qué hay Juan?
- ¡Ay, Señor, mira lo que traigo. Este lo vamos a repartir pa los tres!
Y dice el Señor:
- Pos sí, tienes razón, hombre. Va a ser mucho pa ti...
Y va el Señor, agarra el dinero, y en vez de tres pilas hace cuatro. Ya el Señor estaba viendo el pensamiento de Juan: "¿Pa quién será esa pila? Si estamos tres, ¿pa quién será esa pila? ¿Será pa Pedro?, ¿será pa él? ¿Pa quién será si hay cuatro pilas y estamos tres na más?".
Y ya él no veía na más que cuatro pilas allí.
"¿Tendrá hechura de llevase él dos, o serán pa Pedro las dos? Si me las diera a mí...".
Y venga... y el Señor poniendo una y otra y luego otra y otra... Conque ya que están las pilas hechas dice el Señor:
- Bueno ya están aquí las cuatro partes hechas.
Y hace Juan:
- ¡Ay!
- Una pa mí, otra pa Juan, otra pa Pedro... y esta pa’l que se comió la asaura del borrego negro.
Y salta Juan y dice:
- ¡Yo!, ¡yo!, ¡pa mí Señor!
- Ves tú como no puede ser, Juan. Encima de to mira que pronto has caío en la mentira, ¿ves tú? De modo que llevate to el dinero igual que el primero te lo llevates. Y ya nos despedimos. Y si eres bueno y subes arriba nos veremos en el cielo. Me vas a pedir tres cosas y te las voy a conceder.
- Mira, Señor, yo quiero...
Y le dice Pedro:
- ¡Juan, la gloria!
- La gloria, la gloria... Mira Señor yo quiero...
- ¡Juan, la gloria!
- ¡Déjame a mí de glorias! Yo no quiero la gloria. Yo quiero que ca vez que meta la mano en mi bolsillo saque un denario.
- Concedío lo tienes.
Y Pedro venga achuchale:
- ¡La gloria, Juan, la gloria hombre!
- No quiero morime nunca.
- Condedío lo tienes.
- ¡Pide la gloria!
- ¡Déjame a mí de gloria!
- Una te queda, pídela.
- En la puerta de mi casa tengo una jiguera; cuando tenga jigos que no se suba ninguno y si se sube alguno que no se pueda bajar hasta que yo se lo diga.
- Pos concedío lo tienes.
Ya tenía las tres cosas, de modo que allá que se fue tan agustico.
- Con esto tengo yo pa enterrar a mi pueblo en el dinero.
Cuando ya se despidieron le dice Pedro:
- ¡Te tienes que acordar de lo que te dicho de la gloria y si no ya lo verás!
Total que llega a su pueblo cargao con la pila de dinero, mas ca vez que se metía la mano en el bolsillo sacaba un denario, ¡pos ya ves tú!, ¡cuándo se le iba a acabar la fortuna!... pos nunca en la vida. Pos tenía allí to lo que quería, no era engorrono pa na... Y pasa el tiempo y dice:
- Estoy yo harto de estar aquí en la Tierra... ¡Ah, voy al cielo! Pedro me abre a mí la puerta, era mu buen amigo mío.
Llega al cielo.
- Pom pom.
- ¿Quién?
- Pedro abre que vamos a echar un ratillo... Vengo a queame aquí con vosotros.
- No, no, no lo pedites, no puedes venir. Aquí no puedes entrar.
Y se vino otra vez pa bajo a la Tierra, otra vez a su casa. Y un día, ya que había pasao mucho tiempo, está comiendo y llega el diablo y le dice:
- Juan, que vengo a por ti.
- Sí, espérate que termine de comer. Súbete a la higuera y cómete cuatro jiguillos ahí, hombre.
Pos el diablo, pues se sube a la higuera y ya no podía bajar hasta que él no se lo dijera. Y Juan se lía a metese las manos en los bolsillos y arrejuntar a to los chiquillos del pueblo.
- ¡Venga muchachos, a cuartillo la pedrá!
Pos claro, juntó a tos los chiquillos y tos a pelotazo va, pelotazo viene con el diablo hasta que le rompieron hasta los cuernos; lo hicieron peazos, hasta el rabo perdió.
- ¡Déjame por Dios Juan, que me voy y no te llevo!
Y entonces ya le dijo:
- Ale, ya puedes ite.
Pilló el camino el diablo, se fue al infierno y ya pos Juan se queó tranquilo en su casa. Pero pasa el tiempo.
- ¡Ay que ver! Yo ya estoy cansao de la vida, yo no puedo ya estar así.
¡Como no se moría nunca! Y ya no podía tirar ni de los apargates.
- Voy otra vez a ver a Pedro.
- Tom tom.
- ¿Quién?
- Abre Pedro, vamos a echar un cigarrillo.
- No Juan, puedes ite tranquilamente que aquí no entras, aquí yo no te abro la puerta.
Conque se viene otra vez p’abajo y llega a su casa y otra vez se mete allí y sigue la vida cotidiana suya. Y pasa el tiempo.
- Pedro no abre la puerta. Yo voy a ir al infierno, ¡qué carajo!
Pilla una almaraz, se la mete en el bolsillo pa sí se le rompen los apargates en el camino. Llega a la puerta del infierno, toca, y el diablo que había ío a por él estaba allí. Los diablos saben pos lo mismo que los ángeles porque son espíritus puros, igual, na más que pa lo malo.
- ¡No vayas a abrir que es Juan Soldao!
- ¡Quita!
- No abras, no. Mira Juan, te puedes ir que no...
- Pos yo no conozco a Juan Soldao, yo quiero velo.
Conque tenía el almaraz en la mano y va y mira el diablo por el ojo de la puerta y va Juan Soldao, mete el almaraz por la cerradura y le saltó el ojo al diablo.
- Toma, na más que por eso... No te dicho que era Juan Soldao, pos ahora vas a perder el ojo.
De modo que allí se queó el pobre diablo curándose, ¿no? y ya Juan Soldao pilló el camino y se fue a su casa. Llega a su casa y otra vez el mismo problema, otra vez harto de la vida.
- ¿Qué hago? El diablo no me abre la puerta del infierno. Pedro no quiere abrime la puerta del cielo...
Conque ya pasa otra temporaílla y dice:
- ¿Y Pedro?, ¿tendrá vino allí? A lo mejor no tiene vino.
A San Pedro le gustaba mucho. Conque va y pilla una buena bota, se la cuelga y sale anda que te anda. Llega a la puerta del cielo.
- Tom tom.
- ¿Quién?
- Abre Pedro, que vamos a echar un parrafillo.
- No, no. No te canses que ni te abrí ni te abro.
- ¡Anda hombre! Yo no quiero cuentas con el cielo. Déjate tú de cielo ahora. Vamos a echar un trago vino, que seguramente vinillo como este que traigo no l’has catao tú aquí en mucho tiempo.
San Pedro, de que mentó el vino, ahí perdió to. Va, pilla el manojo las llaves, abre la puerta, y al abrir la puerta agarra la bota vino y se despampana Pedro con su bota y por debajo las patas se coló Juan.
- ¡De aquí ya no me echa ni el Maestro, ya me metío Pedro!
A esto que llegar el Señor y dice:
- Ves tú Pedro, por culpa tuya nos vamos a quedar con Juan, hombre. ¡Ya quién lo echa ya que está aquí! Pa otra vez que te sirva de escarmiento que no te empines el coo.
Ya se quedó Juan Soldao en el cielo. Y allí vivió tan agustico al lao del Señor.

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