viernes, 10 de agosto de 2007

LUISA EN EL ZARZAL

Había un rey, en Extremo Oriente, que era mu bueno mu bueno, y tenía un hijo. Tenían un jardín en el palacio que era una maravilla, tenían de to, de árboles, de frutales, de adorno. Y vino una sequía mu grande, y nada, que se secaba to y el palacio se quedó pos listo. Y un día se presenta un señor mu bien puesto, con buenos zapatos y traje. Y le dice al rey:
- Veo que está el jardín del palacio mu mal. ¡Esto sería un edén muy bonito, una maravilla!
- Pos sí. Por desgracia no llueve y tenemos el tiempo mu mal y se están secando to, las plantas y árboles.
Entonces el tío dio en una roca con una varilla que llevaba ¡y salió un tumbo de agua! Empieza a regase to y empieza to a florecese, a ponese to como estaba. Daba ansia de ver otra vez... se pusieron locos perdíos tos ellos los palaciegos... ¡ya verás! to la población... con ese chorro de agua había pa toíco y sobraba. Y le dice el rey:
- Vamos a ver. ¿Qué le debo? ¿Qué vale esto?
- Eso no vale nada, pero tiene que venise su hijo un año conmigo para servirme.
- Eso sí que no.
- ¿No?
Y dio otro toque con la varilla y se quitó el agua. Y al mismo faltar el agua hace ¡cataplum! empieza otra vez a ponese to marchito. Y entonces va el hijo y le dice al padre y a la madre:
- Total, por un año... ¡Si un año son sólo trescientos sesenta y cinco días, eso no tiene importancia! Yo me voy y se queda el palacio y la población bien asistía.
- Bueno.
Van en busca del tío, vuelve a poner el tumbo de agua y se van. Salen andando, anda que te anda, a la casa del señor, y echaron una pila de días en el viaje. Llegan a la casa, sobre el mediodía, y tenían una balsa mu hermosa y en aquella balsa se estaban bañando tres hijas que tenía. Tres hijas que a cual de las tres era más guapa. La menor se llamaba Luisa.
Al pasar al lao de la balsa el muchacho pilla una ropa y la esconde. Ya estuvo dando vueltas por allí, porque el amo le había dicho que comerían cuando terminaran las hijas del baño. Salen del baño, se ponen las dos su ropa y Luisa, pos claro, sin salir del agua. Y le dice, esto sin haber hablao con él ni él con ella, pero sabía muncho ella:
- Juanico, dame la ropa.
- Yo... ¿qué ropa? Yo no tengo ninguna ropa. Yo t’he visto a ti, ¿cuando?
- No seas tonto Juanico, dame mi ropa, que puede que alguna vez pueda ser que te haga yo falta.
- Calla, calla mujer, yo no he hablao contigo nunca ni te quitao ninguna ropa ni na.
- No seas tonto Juanico, tú dame mi ropa, que ya te digo que te puedo hacer mucha falta.
Total que ya se cansó él y fue y le dio la ropa. Ella se vistió y se dieron un paseíllo, una vuelta juntos antes de ir a la casa.
- Mira Juan, me duele decítelo, pero mi padre es mu malo, y mi madre peor. Si tú te encuentras en algún apuro acúe a mí.
Conque se van a comer. Y al terminar le dice el padre:
- Mira Juanico, esta tarde te diviertes con mis hijas, vais de paseo, ellas te enseñarán, como es lo propio, los sitios más bonitos del palacio y ya luego, lo otro, en el año tendrás lugar de ir viendo.
- Pos sí.
Y ellas igual:
- Mu bien papá. Ya lo creo.
Pos Juanico p’acá y Juanico p’allá y Luisa p’allá y Luisa p’acá y Luisa p’allá y las otras por otro lao. Cuando ya terminan, ya de noche antes de acostarse, le dice Luisa:
- Juanico, mira lo que te he dicho. Tú cuando te encuentres en un apuro, tú acude a mí.
- ¿Y yo qué apuro voy a tener aquí? ¿Trabajar? ¡Pos no sé yo cómo trabajan los jardineros allí en mi jardín! Además, aquí voy a trabajar en el palacio... pos que voy hacer, cosas del jardín, que si regar, que si podar, que si cortar flores... ¡si to eso lo sé yo de carretilla!
- Tú no seas tonto y piensa más y ya verás como vienes.
Conque pasa la noche y a otro día se presenta al rey por la mañana y le dice a Juanico:
- Bueno, Juan. Hoy me vas a hacer un trabajillo, hombre. Por ser el primer trabajo toma estos granos de trigo, ve y siémbralos y a mediodía me traes el pan pa almolzar.
¡Ya estaba bien, no! Pos pilla los granos de trigo y los miraba ¡ya verás! que no se cayera ni uno al suelo.
- Señor... ¿pa mediodía cómo voy yo a sembrar yo esto, va a nacer en mediodía, voy a regalo, voy a trillalo, voy a molelo y hacer el pan? ¡Pa mediodía!... Este hombre está loco perdío, me mata... Ya no veré más a mi padre y mi madre.
Conque va y se sienta en un rincón del jardín con las manos en la cabeza, así mu pensativo, y a esto que llega Luisa.
- ¿Qué te pasa, Juanico? Estás mu serio.
- Calla por Dios Luisa, ¿cómo quieres que esté? Tú fíjate lo que tengo en la mano.
- Sí. Un encargo de mi padre.
- Sí, pero con este grano de trigo tengo que llevale el pan pa almolzar.
- Eso es mu sencillo, hombre. ¡Válgame Dios, válgame Dios! Por eso te vas a apurar tú... Dame el trigo.
Coge el grano lo echa al suelo, nació una espiga que daba miedo; en un instante se puso a segar... en fin, que pa la hora de la comía estaba el pan hecho. Y él ya no salía de su asombro: "Dios mío, si esto... esto es un don de Dios. Esto no puede ser otra cosa." Conque llega al rey:
- Pos tome usté el pan.
- Vaya, vaya... Esto es cosa de Luisa.
- ¿Qué cosa de Luisa? Yo no tengo trato con Luisa... Yo no conozco bien a Luisa... ¿Cómo voy yo...? ¿Qué dice usté de Luisa?
- Sí. Sí. Si esto no puede ser otra cosa. Bueno, en fin, tas portao bien, tas portao bien... ya mas hecho un trabajillo. Ya te encomendaré otro.
Y piensa Juan: "Anda que si es pariente d’este el que me encomiende, yo voy bien". Conque pasa el tiempo y le dice que tiene que hacer otro trabajo. Juan al levantase por la mañana va a ver lo que le va a ordenar el rey.
- Mira. Toma este sarmiento -un sarmiento seco, medio agilao ya- toma este sarmiento, ves y siémbralo y me traes el vino pa almolzar.
Conque agarra el sarmiento, "Señor, ¿cómo voy a hacer esto? Si antes de clavalo en la tierra se va a hacer peazos. Luisa me sacó de lo del grano de trigo, pero anda que desto, desto, por mucho que pueda, ¿qué va a hacer?" Y estaba preocupao, venga dale vueltas al sarmiento, y no se atrevía a que se le cayera al suelo siquiera porque se hacía peazos. A esto que le tocan en la espalda.
- ¿Qué te pasa Juanico? Te veo mu serio.
- Pues... Pos mira el trabajillo que ma dao tu padre. Con este sarmiento tengo que traele el vino pa l’almuerzo.
- ¡Na hombre! Eso es mu sencillo, esto está hecho. Vamos pallá.
Lo lleva a una esquina del jardín, siembra el sarmiento, lo tapa y se lía a florecer y a crecer y echó unos racimos de miedo, imponente de racimos, ¡con unas uvas más hermosísimas...! Las llevaron al lagar, le hicieron el vino y a mediodía pos estaba el rey con su copa de vino allí. Y llega Juan a la casa.
- Pos mire usté, el encargo que me dio ya se lo hecho. Ahí tiene usté el vino.
- Lo que yo decía. Si esto no puede ser na más que las cosas de Luisa. Bueno... tas portao mu bien, tas portao mu bien... Puedes ir a divertite que te las ganao. Otro día me harás el último trabajillo.
Y Juan pensaba: "Como el otro sea de la misma familia veremos a ver quién arregla esto". A otro día por la mañana llega Juan.
- ¿Qué, estás dispuesto a trabajar?
- Yo estoy dispuesto a to lo que usté me ordene.
- Mira, vas a llegate a la orilla del mar y hace ya cien años que a un tatarabuelo mío se le cayó un anillo al fondo del mar. Tienes que ir y traémelo.
Juan pensaba: "¡Blotas! De aquellas dos me sacó Luisa del apuro... ¡y desto qué me va sacar Luisa!... Hace ya cien años que al tatarabuelo se le cayó un anillo al mar, ¡Dios sabe anda habrá ío el anillo a parar! Si está en el mismo sitio anda que no le habrá caío na encima... Cualquiera sabe donde está el anillo. El anillo ya se habrá perdío". Total, el pobre se desahogó allí como pudo y conforme estaba, ya llorando, a esto que llega Luisa.
- ¿Qué te pasa? Estás llorando, Juanico, ¿qué te pasa?
- Mira, tu padre m’ha dicho que en tal sitio se le cayó a su tatarabuelo un anillo en el mar y que tengo que lleváselo.
- Eso es mu sencillo, hombre.
Fue ella a la casa, coge un cuchillo mu grande, un lebrillo mu grande...
- Mira Juanico, toma este cuchillo y mátame. Pícame bien picá y me echas al agua.
- ¡Vaya, Luisa! Que yo te mate a ti... ¡Es que estoy chalao!... ¡Que me desuelle tu padre como un cazón pero yo no te mato a ti...! No te pongo yo a ti el cuchillo encima.
El cuchillo cortaba el viento.
- Pos si quieres vivir y que seamos felices nosotros, porque me quieres y yo te quiero, esto lo haces y viviremos felices... ¡Pero que no te se vaya a caer ni una gota sangre! ¿eh?
Entonces fue, agarró el cuchillo, la hizo picaíllo y la echó en el lebrillo, pero se le cayó una gotica sangre. Lo tiró al mar y no hizo más que echala y salió con el anillo en la mano.
- Mira te sa caío una gota de sangre. Mira donde falta.
En la yema del deo tite de la mano, efectivamente, allí estaba un cacho que le faltaba.
- Bueno, pero eso no se conoce.
- ¿Que no? Eso mi padre y mi madre lo ven de momento. Ya sabes tú lo que son ellos...
To lo que ella tenía de bueno, tenían ellos de malo. Así que llega Juan ante el rey y le dice:
- Tome usté el anillo.
- Vaya... vaya... Juanico... vaya... que bien tas portao. ¡En el mundo! No podía yo creer que tú tuvieras to esos favores que tienes... pero ¡ay lo que vale mi Luisa!
- ¿Qué Luisa? Yo no...
- No te preocupes, tas portao, tas portao... Has hecho bien el trabajo. Vamos a descansar, vamos a tener una fiesta por lo bien que has hecho las cosas. Ya se echa el tiempo y tienes que irte a tu casa. Pero yo tengo tres hijas y quiero que te cases con una d’ellas. Son buenas muchachas, son mu de su casa...
- Pos sí, me gustan.
En vez de decir me gusta esta o la otra dijo: "Sí, me gustan".
- Son señoritas que están mu bien educadas.
Cuando Juan le contó to esto a Luisa ella le dijo:
- Mira, cuando se haga la fiesta te van a vendar los ojos pa que descojas a una de las tres. Tú vas pillando los deos de toas y cuando llegues a mí notarás que me falta la gota de sangre que se cayó. Juan, y ya por fin, no me sueltes, como me sueltes te pierdes. Mientras tú no te quites la venda de los ojos tú no me sueltes.
Pos ya iba bien adiestrao ¿no? Conque llega el otro día por la mañana, lo arreglan to bien, bien... en fin, lo propio de la fiesta. Tienen la fiesta y a to los invitaos que había le dice el rey:
- Este muchacho ha hecho el trabajo de la casa, ya se va con sus padres porque es justo ya que se vaya...
¡Ya era justo, ya era justo!
- Es justo que se vaya y se va a ir con una de mis hijas.
Se ponen las tres hijas en fila y a Juan le tapan los ojos. Entonces va él y las agarra pum pum pum... esta no... esta no... ¡esta!
- ¡Ay, Juanico, has estao mu bien, mu bien! Ven aquí.
- No, no... mientras yo no la vea no.
Le quitan la venda y ya él vio a Luisa.
- Vaya Juanico, vaya... tas empeñao en llevate a Luisa.
- Yo... que ma tocao en suerte.
- Mu bien... mu bien. Ya sus iréis los dos a tu terreno. Tú vivirás con tus padres... el jardín tiene su agua, en fin, y la población. Ya viviréis tranquilos. ¿Ves? Ya has hecho el trabajo y tu padre no quería.
Al terminar la fiesta le dice el rey:
- Ahora vamos a tener un torneo y vas a domar un potrillo que tenemos ahí en el corral.
Y le dice Luisa en un descuido:
- Mira, Juanico, mi padre y mi madre son mu malos, mu malos y mi hermanas también son malas. El potro lo componen mis padres, mis hermanas y yo. Mi madre es la cabeza, mi padre el cuerpo y mis hermanas los pies y los brazos. Y las bridas soy yo. Tú agarrate bien de las bridas, que las bridas soy yo.
Conque va Juanico a la cuadra y ve el potro que se iba, chiquillo, de hermosísimo, un potro que se alzaba que daba miedo, una cosa ¡blotas! ponía los pelos de punta, armaba una zaparreta que daba miedo...
- ¡Cualquiera sujeta eso! ¡Si esto es el infierno andando!
Conque va, echa mano a la brida y la brida pos ya ves tú, de contao. Se monta con una buena fusta, acordándose lo que le había dicho Luisa, que le diera fuerte a la cabeza, y con la fusta pim pam garrotazo va pim pam garrotazo viene, a las ancas, a los brazos, a la culata, pero los principales a la cabeza. Cuando ya se estaba el caballo bandeando, ya de tanto garrotazo y tanto briego, pos ya se mareó. Se bajó, se fue y cuando llegó a la casa estaban tos allí. Pero el padre y la madre estaban:
- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ayyy...!
Ya sabía él que estaban molíos de los garrotazos.
- ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Les duele algo? Están soliviantaos, y las muchachas... quitá Luisa, están una mijilla acobardaillas.
- ¡Válgame Dios, Juanico!... Esto es cosa de Luisa.
- ¿Y qué quiere decir? A tó lo que yo le digo na más que cosas de Luisa...
- Está bien, está bien... De modo que mañana salís andando.
Ya se van a dormir cuando dice Luisa:
- Esta noche nos van a matar cuando estemos durmiendo. Este bote pa ti y este bote pa mí. Tú llenalo de saliva de la tuya que yo lo llenaré de saliva de la mía.
Llenaron los botes y los pusieron en la cama con dos pellejos de viento y ellos pa ise, los dejaron allí. Nombraban a ellos y contestaba la saliva.
- ¿Luisa?
- ¿Qué?
- ¿Juanico?
- ¿Qué?
- Vaya tavía están despiertos los dos.
Luisa mandó a Juanico a la cuadra:
- Entra y te llevas el caballo más delgao que haiga. Tú no te preocupes por na, nas más que el más delgao que haiga.
Pos llega a la cuadra y había un caballo allí, era ese.
- ¡Señor, yo me voy a llevar este esperpento! Esto no sirve... no tiene fuerzas ni pa salir de la cuadra.
Había otro que era más gordillo y en vez de pillar el flaco, pilló el más gordo.
- Luisa, me traío este porque el que tú dices, ese no sirve pa na...
- ¡Ay, Juanico! ¡Nos has perdío! Porque ese fino es el pensamiento, que es el que más corre, y este es el viento, que corre mucho, pero corre menos.
- Pos voy a llevalo y me traigo el otro.
- Ya no puede ser, ya no puedes entrar más a la cuadra. Si entras te matan, me matan a mí también. Vámonos.
Luisa cogió un peine, un grano de sal y una botella. Se montaron en el viento y salieron anda que te anda, anda que te anda, anda que andarás, pos a to lo que podía correr el viento, pero cómo iba a ser como el pensamiento. A esto:
- ¿Luisa?
- ¿Qué?
- Na mujer, na.
- ¿Juanico?
- ¿Qué?
- Na hombre, na. ¿Tavía estáis dispiertos...?
Otra vez:
- ¿Luisa?
Otra vez:
- ¿Juanico?
Al cabo de un rato, ya que se iba gastando la saliva:
- ¿Luisa?
- ¿Quéee....?
- Ya se va a dormir pronto.
- ¿Juanico?
- ¿Quéee...?
- Ya se van a dormir, pronto. A estos nos los cargamos ahora.
Y ellos juye que te pillo con el viento. Otra vez:
- ¿Luisa?
- ¿Quéeeee...?
- ¿Juanico?
- ¿Quéeeee...?
- Ya son nuestros.
Al cabo de otro rato:
- ¿Luisa?
Caracoles.
- ¿Juanico?
Na. Conque va el padre, se acerca a la cama con un puñal y hace ¡pum! a un bulto y hace fhsssssss... le sacó to el viento y al otro bulto igual.
- ¡Ay, que no las dao!... s’han ío... asómate a la cuadra a ver que caballo s’han llevao.
- ¡S’han llevao el viento! Son tuyos.
- ¡Ay, que tontos! Si se hubieran llevao el pensamiento... a estos los alcanzo yo en un instante.
Conque se monta en el pensamiento y en un instante, que mira Luisa patrás, dice:
- ¡Ay, Juanico! Mi padre viene. ¿No te decía yo?
- Lo matamos.
- No mi padre no se mata. Lo que vamos a hacer una cosa. Mira, yo me voy a convertir en una huerta y tú te vas a convertir en un hortelano... ¡y a ver cómo te las apañas!
Se bajan del caballo, se convirtió ella en una huerta con una pila de acelgas, lechugas, pimientos, tomates, cebollas... en fin, pero las lechugas es que se iban. Y llega el padre.
- Vaya una huerta hermosa... ¿Ha visto usté pasar un hombre y una mujer por aquí montaos a caballo?
- ¿La huerta?... Regular...
- ¿Que si ha visto usté un hombre y una mujer pasar por aquí hace un rato montaos a caballo?
- Las lechugas no se dan malamente.
- Hombre, no. Es que si usté ha visto pasar por aquí un hombre y una mujer montaos a caballo.
- De to tiene la cosecha. Unas veces sale mejor, otras veces sale peor... pos según.
El padre pensó: "Este tío está chalao perdío". Dio medía vuelta y se fue. Y entonces otra vez se convirtieron en personas y hala que hala, hala que hala... Al llegar el padre a la casa le pregunta la madre:
- ¿Las pillao?
- Quita mujer, quita... ¿No me encuentro una huerta? ¡Vaya huerta hermosa! Y un hortelano ahí en la huerta que si las lechugas, que si la cosecha... y yo preguntándole y me salta el tío con cualquier cosa.
- ¡Ay, hombre!, porque Luisa era la huerta y Juanico era el hortelano.
- ¿Ah, sí? Ahora voy y los pillo y los mato. La huerta y el hortelano tienen que estar allí; al hortelano lo mato y la huerta la hago peazos.
Se monta otra vez en el pensamiento y sale corre que te corre, anda que andarás, y venga juye que te pillo... Luisa mira p’atrás y ve al padre.
- Juanico, mi padre otra vez.
- Pos te conviertes otra vez en huerta.
- ¡No!, eso ya no puede ser porque se l’ha dicho mi madre; ya tiene que ser otra cosa y veremos a ver si escapamos. Me voy a convertir en ermita y tú en ermitaño... amos a ver cómo te portas.
Se bajan del caballo, se convierte ella en una ermita con su campanilla y to.
- Oiga usté, buen ermitaño, ¿han pasao por aquí un hombre y una mujer montaos a caballo?
- No, no he dao ningún toque tavía pa misa.
- ¿Que si ha visto usté pasar un hombre y una mujer por aquí montaos en un caballo?
- Pronto voy a dar el primer toque... pronto voy a dar el primer toque.
- Pero hombre, ¿es que si ha visto usté un hombre y una mujer por aquí montaos a caballo?
- Pues... la buena fe de la gente le ayuda a vivir a uno... no tengo queja... aquí me voy apañando...
"Este está peor que el de la huerta". Pilló el camino, se volvió y decontao ella otra vez volvió a su ser, él lo mismo; se montan otra vez en el viento pum pum pum juye que te pillo... y ya habían dejao bastante camino atrás. Llega el rey a la casa y le dice la mujer:
- ¿Qué? ¿Qué has hecho?
- Quita, m’encontrao una ermita y el ermitaño estaba peor que el hortelano.
- Claro, si el ermitaño era él, y la ermita era tu hija.
- Pos ahora... ya no me s’escapan, sea lo que sea lo hago peazos.
Se monta otra vez en el pensamiento y lo ve Luisa al mirar p’atrás.
- Juanico ahí viene mi padre, ya no puedo convertirme en na. Ya nos mata. Mira, voy a tirar esta botella.
Tira la botella así, detrás del caballo, ¡y se formó una montaña de vidrio!, que era imponente pasar. Pero como el pensamiento es el pensamiento cruzó la montaña, pero chorreando sangre.
- Juanico, ha pasao la montaña de cristales. Voy a tirar el peine.
Tira el peine detrás y si formó una buena montaña de cristales ¡qué no formó de púas!, to tieso p’arriba... Aquello no lo pasaba, era tanta ya, tan imponente la montaña que ya se negaba el pensamiento, se negaba el caballo ya... pero eso es, tanto y venga hostigalo que lo pasó... y el animalico ya iba que no podía pero lo pasó. Vuelve ella la cara p’atrás y lo ve.
- Juanico, ya viene mi padre. No tenemos jechura, nos mata. ¿Nos falta tavía pa llegar a tu palacio?
- Si nos falta, sí.
- Pos voy a tirar el grano de sal.
Tira el grano de sal detrás, y como el caballo iba herío y to, pos se formaron unas salinas tan grandísimas y tan salás que apenas el caballo se metía un poco en la orilla y pillaba una mijilla no podía... ya la salina fue lo último. Entonces le dice el padre:
- Luisa, vuelve la cara aunque sea una vez, mujer, por lo que más quieras, pa despedirme de ti. Que te vea yo la cara.
Y Juanico se ponía:
- Luisa pos vuélvele la cara a tu padre mujer, que es tu padre.
- No Juanico, como yo vuelva la cara, y mi padre me vea, nos echa una maldición y nos alcanza y nosotros no vivimos juntos.
- No seas así, ¿tu padre va a...?
- Que sí.
De modo que siguen andando y el padre igual.
- Luisa, por lo que más quieras, vuelve la cara p’atrás, que yo te vea por última vez.
- No la vuelvo.
- Vuélvela, que es tu padre.
- No Juanico, que me olvidas.
- ¡Yo te voy a olvidar a ti, Luisa! ¡Válgame Dios!
Total, que tanto insistió, que vuelve la cara p’atrás y cuando le vio el padre la cara dijo:
- ¡Permítalo Dios que no os logréis!
- Ya verás Juanico como nos alcanza la maldición de mi padre.
- ¡Que nos va a alcanzar esto! ¿Es que tú te crees que yo te puedo abandonar a ti?, ¿que yo te puedo olvidar a ti? Con lo que yo te quiero, con lo que tú has sío y has hecho por mí...
- Pos sí, me abandonas.
A esto que ya, a la de dos o tres jornadas, llegan a su pueblo. Y como iban del viaje arrengaos y con la ropa ya verás, puedes hacete una idea con lo que habían pasao, dice él:
- Mira, aquí te vas a quedar, en esta linde que ya se ve el pueblo.
- Pos ya que te vas, y yo me voy a quedar aquí, procura que no te abrace nadie, ¿eh? Como te abrace alguien me olvidas.
- ¿A mí me van a abrazar? ¡Ni mi madre! Tú estate tranquila que a mí no me abraza nadie, y yo vengo; de contao que llegue vengo p’acá.
Ya pensando en traer los arreos pa llevase a ella to lo bien que se merecía. Conque llega Juanico a palacio. Va el padre a abrazalo, la madre a abrazalo, lo propio ¿no? y los palaciegos y tos allí...
- ¡Ay, Juanico, que has venío...!
- ¡Eh! ¡Eh! ¡A mí que no se acerque nadie!
- Pero hijo mío...
- No madre, que no me abrace usté.
- Hijo mío...
- Padre que no, que no se acerque usté a mí, ¡que no se acerque usté hombre! Si tendremos lugar de besanos y abrazanos y to, pero, esto es una cosa que es que no puedo hacer, no se acerque.
Así que tos decían: "¡Este viene chalao perdío!... El príncipe viene chalao ¡hay que ver, no querer que se acerque nadie!". Y siempre los viejos tenemos mala pata por tos laos, ¿no comprendes?; había una vieja en palacio y llega por detrás y hace:
- ¡Ay... mi Juanico!
Y le dio un abrazo y allí se queó Juanico. Salen los palaciegos y le dicen:
- Juanico, ahí está el coche preparao con los caballos.
- ¿Qué coche?
- ¡Hombre, un coche que has pedío con caballos!
- ¿Yo?, ¿yo he pedío un coche con caballos? Yo no. Yo no he pedío na.
De modo que la vieja metío la pata. Y Luisa, pos pasa el día, y Luisa allí esperando y mirando, con los ojos como redondeles de yesca, mirando a ver si venía, pero cómo iba a venir si ya le habían dao el abrazo. Y había allí un cortijo con un viejecico, liao el pobre en una jarapa, y llega ella por de noche, "Señor, ya no viene nadie, mi padre sa salío con la suya. ¡Y yo qué hago aquí!... ¡De noche y en estos desiertos!...". Conque llega a la puerta del cortijo, toca, sale el viejecico liao en la jarapa...
- Mire usté buen hombre... que voy de camino, me s’ha hecho tarde y no conozco a nadie y... si quería usté que pasara la noche ahí en un rinconcico.
- Sí hija mía, pasa pa dentro, aquí el cortijo es tuyo... digo... estoy aquí solico... aquí no viene nadie. Tú te apañas ahí... ande tú quieras, tú puedes hacer lo que tú quieras, yo me acuesto y ya’stá...
Pos el pobretico viejo, pos eso es, se acostó pero ella, empezó a ver aquello, a poner cosas bien puestas, barrió y to en la velá. Y se levanta el viejecico por la mañana y dice:
- Cucha, pos está to esto... s’ha cambiao esto de la noche al día... estaba esto hecho una pocilga y hay que ver cómo m’has dejao la habitación... ¡Hay que ver! ¿Cuándo has hecho esto?
- Pos anoche en la velá. Yo no tenía gana de acostame...
- ¡Ay que manecicas tienes, hija mía! Mira, yo estoy aquí solico, ¡no vayas a ningún lao y queate aquí conmigo!...
Ella vio el cielo abierto, ¿no comprendes?... estaba cerca del palacio. "¡Ya vendrá Dios en ayua mía!", pensaba ella, la pobretica. Conque desayunaron y ya empezó ella a mirar los trapillos, a lavar los cacharros, los platos que tuviera... en fin, la ropilla... ¡coño! que al viejo lo retoñó, lo puso hecho un palmito. Y pasó un año d’esto. Ella siempre pos sabía que estaba allí Juanico, como es natural, pero ella no... es una cosa que por la mano que había venío tenía que venir por la buena mano también. Y un día, conforme están, le dice ella:
- Padre.
- ¿Qué quieres, hija mía, qué quieres?
- Mira, el rey se va a casar y tiene una marrana en el palacio y esa marrana ha tenío siete u ocho marranicos y los van a repartir entre unos cuantos pa dale un premio luego al marranico que salga mejor.
Conque va, llega el viejo a palacio y toca.
- ¿Qué quiere usté?
- Pos na, que mi hija m’a dicho que aquí en el palacio están dando unos marranicos, que ha tenío una marrana, pa luego dar un premio. Y yo pos vengo a por uno porque yo tengo una hija que es un tesoro... yo tengo una hija que lo que no haga mi hija no lo hace nadie.
En fin, tanto mentó a su hija que le hicieron caso.
- Mire usté abuelo, aquí no quea más que una marranilla medio muerta, que es la que ha queao... si quiere usté llevasela...
- ¡Digo una marranilla medio muerta!, ¡esa... la mejor que hay! Vaya cuando la pille mi hija... ¡No es mu artista mi hija!
Pensaron: "Este viejo está chalao...na más que su hija...". Conque le dieron la marranilla y ni se la apuntaron siquiera, pos no esperaban ni que llegara viva donde vivía. Llega con la marranilla:
- Mira hija mía, ¿no ves que marranilla tan bonica?
Y la pobre estaba ya estirando las patas. La pilla ella, le echa un aguaillo o lo que fuera, empieza con la marranilla y la marranilla que ponía de pie y se caía; y que ya la marranilla se queaba de patas; y que la marranilla a los cuatro días no es que se queaba de patas ¡es que saltaba!; y que a los diez o doce días, ¡que la marranilla salía como un leliz, parecía un cohete volando!
Y el viejo se queaba chalao viendo a la marrana y a ella con la marrana; la marrana ya no se despegaba d’ella ni pa dormir. Y la marranica cada vez más bonica. Pasa otra vez el tiempo y p’al tiempo la matanza echan el bando de recoger los marranos, ¡pero aquél como no estaba apuntao siquiera! Y un día le dice ella al viejo:
- Padre.
- ¿Qué quieres, hija mía?
Claro, como estaba tan cerca del pueblo, ya estaban comentando que estaban recogiendo los marranicos.
- Que m’enterao que están recogiendo los marranicos y por esta no vienen.
- ¡Ay, que sabrán ellos!... Si tenemos la mejor marrana que hay en to la comarca.
Conque pilla el viejo el camino pum pum pum, como una ardilla, llega a palacio. Al velo dicen:
- ¡Coño, el viejo de la marrana! ¿Pos es que no se habrá muerto?
- Si aquello no podía llegar vivo... si estaba tieso...
- ¿Qué pasa, abuelo?
- Que m’enterao que estáis recogiendo los marranillos y allí está la marranilla, que la vio mi hija y ¡hay que ver lo que es la marrana!... aquí no coge en la habitación. Mi hija es que tiene unas manos que son divinas. Cogió la marrana...
Y les contó to la trayectoria de la marrana.
- Y ahora está que no puede ni menease de lo grande y gorda que está.
Coño, pos tanto floreó la marrana que salió to la servidumbre en busca la marrana y entre ellos el príncipe, ¿no comprendes? Él la vio a ella, pero él no sabía na que era ella. ¡Pero ella de contaíco! Llegan allí y se quearon tos patitiesos de ver la marrana.
- ¡En el mundo!... Con razón decía el viejo que su hija... Pos si esto es una bendición, si como esto no lo hay...
Parecía un elefante la marrana de gorda, de grande y to, daba ansia vela. Ya que estaba el príncipe al loro d’ella, ¿no comprendes?, ella fue buscando el terreno y cuando estuvieron al lao así, va y le dice a la marrana:
- ¡Arre marranica, arre, no te vayas a quedar como Luisa en el zarzal!
Entonces él ya se dio cuenta. Ya se dieron un beso y un abrazo y dice él, que tenía su novia, y puso el ejemplo de que tenía una prenda y se le había perdío y que sabía preparao otra, pero que aquella primera era la de más valor y de más gusto y preguntó que con cual se quedaba y le dijeron:
- Pos con la antigua.
Ya se llevaron la marranica y se llevaron al viejo. Y vivieron felices, comieron perdices y una mijica de alcaravea pa que tú te lo creas.

1 comentario:

Antonio dijo...

puffffffff, me loleio enterico, pero esto es infumable. El peor cuento queleio en mi vida. Da verguenza ajena ser alpujarreño y leer que semejante patochada es un cuento de la Alpujarra.
Lo siento pero es super-horrible de malo.