viernes, 10 de agosto de 2007

MARÍA TRES AL DÍA

Una vez había una madre que tenía una hija. Se llamaba María, y era una muchacha mu apañaica y la madre estaba mu contenta con su hija. Decía:
- ¡Ay, mi María, ay mi María, tres al día!
Se iba la madre al lavaero y allá con las vecinas decía:
- ¡Ay mi María, mi María da encanto, tres al día!
Las vecinas se preguntaban “¿Tres al día? ¿Tres qué?", pero a la madre de ahí no había quién la sacara. Y es que se comía tres panes to los días. Se levantaba por la mañana y pan, se acostaba por la noche y ya se había comío los tres panes.
- ¡Ay mi María, ay mi María, tres al día!
Y en estas pasa un viajante, que antes, como no había facilidad de viajar, se pasaban estos hombres dos o tres o cuatro días en cada pueblo, según fuera de grande, cuanto más grande más días estaban.
Pos llega un viajante al pueblo y al pasar por el lavaero oye a la madre: “¡Ay mi María, tres al día! ¡Ay mi María, tres al día!”, y piensa: "Anda, ¿María tres al día? Pues eso es que se hilará tres libras de lino en el día, pues esta me conviene a mí. Yo me caso con esta. Le compro una pila de lino, hila tres libras de lino al día así que le dejo una habitación llena y cuando venga pos lo tiene hilao, lo echamos fuera y tenemos una pila de dinero y, en cuatro habitaciones que le llene así, gana ella pa no trabajar yo, y no tener que salir por ahí. De modo que voy a estar encantao de la vida".
Conque va y le dice a la madre:
- Mire usté, señora, presénteme usté a su hija.
Pues na, lo propio, se conocen, se saludan. La madre le dice:
- Bueno, ¿conque usté quiere casarse con mi hija?
- Sí, sí, me gusta mucho porque tiene mu buenas bases, ¡tres al día! Y es mu apañá, me gusta bastante.
- Pues eso, que seáis felices. Si os queréis y ella te quiere...
Concertan el casamiento, se casan, tuvieron sus vacaciones de viaje de novios. Y cuando vinieron él pilló el camino y se fue a su trabajo, pero antes le llenó una habitación mu grandísima de lino. Y pensó: "Cuando yo venga, si no l’ha terminao mu poco le quedará. Porque tengo que ir a un montón de pueblos. Así es que cuando vuelva lo venderé y tendremos yesca, tendremos pasta."
Conque se va el pobre, y ella to los días, por la mañana, se levantaba a hacer la compra, lo compraba tó, no se le olvidaba na, na más que la leña. Se daba cuenta al llegar a la casa, pero no le daba importancia, María pillaba un puñao de lino, lo metía en la lumbre y así aviaba de comer. Y así, to el día estaba la lumbre encendía, pos to el día gastando lino ¡pos le cundía hilar!
Ya habían pasao muchos días y a fuerza de un puñao hoy, otro puñao mañana, por la mañana, a mediodía, a la noche, pa aviar de comer, se le acabó el lino. Y dice:
- ¡Ay! ¿qué hago yo? Ahora viene mi marío, ¿y qué le digo? ¿Qué le digo yo a mi marío, qué explicación le doy? Pos si he gastao to la habitación de lino, ¡es capaz de pegame una paliza y eslomame! ¿Cómo habré estao yo? Ya no tiene hechura.
Y había allí en la casa una buena maza, que era de su padre de majar esparto; agarra la maza y se lía a garrotazos con el fuego, gritando:
- ¡Manrubia, dame mi lino!
Y otro mazazo, ¡¡ pum!!
- ¡Manrubia, dame mi lino!
Y otro machacazo, ¡¡pom!!
- ¡Manrubia, dame mi lino!
Y claro, a fuerza de testarazos, hizo el fuego peazos. Pero, joía casolidad, en el suelo de la chimenea había enterrá una olla llena de oro. Ella saca la olla y dice:
- ¡Uy, qué pila de cosas!
Puso la olla allí, en un apartao de la chimenea, y de cuando en cuando iba y sacaba las monedas:
- ¡Uy, que pila de cosas más bonicas! ¡Qué cosas más bonicas! ¡Uy cómo relucen!
A esto que pasa un tío por allí vendiendo ollas de porcelana, con dos burros. Iba gritando su mercancía:
- ¡Hay ollas de porcelana! ¡La rica olla de porcelana! ¡Qué buenas ollas de porcelana llevo, venga niñas! ¡Ale, ale con las ollas, venga! Como me las compréis a mí no tenéis que comprar más, con estas tenéis ya to la vida. ¡Venga, a la rica olla, que llevo ollas de porcelana!
Y venga echarle flores a las ollas de porcelana. Y va ella y lo llama.
- Oiga usté, buen hombre, ¿y por to estas tejoleticas que tengo aquí en esta olla qué me da usté?
- ¡To las ollas y hasta los burros!
- Pos venga los burros y las ollas.
Agarró las ollas, a tos les hizo un agujero en el culo y las colgó en el techo. Y a los dos burros los mató, hizo morcilla, los saló, hizo una buena matanza y entre la madre y ella se los comieron. Un día llega el marío y dice:
- María, ¿qué?, ¿cómo va eso?
- ¡Ay, la pila cosas que m’an pasao desde que te fuites!
- ¿Pos qué t’ha pasao?
- Mira, que una no tiene cabeza. Iba a hacer la compra y se me olviaba la leña. Y a poquito a poco he gastao to el lino.
Al pobre se le iba un color y se le venía otro. ¡De venir esperanzao a Juan y encontrase a Pedro pos ya verás tú!
- Bueno, ¿y qué t’ha pasao más?
- Mira, agarré la maza y le di una paliza al fuego pim pam, ¡manrubia, dame mi lino!, otro garrotazo, ¡manrubia, dame mi lino! Y se asustó, ¿sabes?, el fuego se asustó y mira, salió una olla llena de tejoleticas d’estas.
María sacó una que había guardao pa enseñásela.
- ¿Dónde están? ¿Dónde l’has puesto?
- Quita hombre, ¿no ves to esas ollas que hay ahí? Pos ya ves, uno que pasó vendiendo me dio to las ollas que llevaba y los dos burros, ¡ya ves, por na, por las tejoleticas! Les hecho un agujero en el culo pa colgarlas del techo y con los burros hice matanza y nos los hemos comío.
- Bueno, ¿por dónde irá ese hombre?
- No debe ir mu lejos porque no hace mucho.
- Mira, voy a ir a ver si lo alcanzo.
Sale juyendo pa quitale las monedas y dice María:
- Yo me voy contigo.
- ¡Ande vas, mujer!... Déjame.
- No, yo me voy contigo.
- Anda, entra y entorna la puerta.
Y qué entendió ella, que se echara la puerta a cuestas. Hace ¡cataplum! pilla la puerta, se la echa a cuestas y sale juye que te pillo detrás del marío y el marío detrás del tío los burros pa que le diera las tejoletas. Conque juye que te pillo, ya que veía el marío al hombre, ella iba ya espeá con la puerta a cuestas y le dice:
- ¡Marío míoooo...! ¡Marío míoooo...!
- ¿Qué quieres?
- ¡Ven acá, ven acá y verás!
Y el marío pensó: "Contre, a lo mejor ha tenío suerte y sa encontrao otro tesoro. ¿Quién dice que no? Lo mismo que se encontró aquel” Conque se vuelve corriendo y llega donde está ella.
- ¿Qué quieres? ¿Qué te pasa?
Y había un pincho allí en el que se había cagao un perro.
- Mira, marío mío, el perrico que se cagó en este pinchico, ¿no se pincharía el culico?
- ¡Mal rayo te parta! Ya que iba a alcanzar al hombre, m’has hecho que me vuelva. Pos ya he perdío otra vez el control, y ya viene la noche, ya no puedo seguir, hay que dormir aquí.
Él va y se sube a un árbol mu grande que había allí. Y dice ella:
- ¡Yo me subo contigo!
- Pos deja la puerta.
Y ella qué entiende, que se suba con la puerta. Total que María se sube a lo alto el árbol con la puerta a cuestas. Al cabo un rato de estar allí, ya que está casi oscurecío, sienten jaleo, y dice él:
- Chito, ¿eh? que parece que viene alguien.
A esto que llega una cuadrilla de bandíos y se sientan debajo el árbol y se ponen a cascar, a hablar las cosas que habían tenío en el día, lo normal, los robos que habían pasao: “Mira, hemos hechao buen día. Hemos asaltao un cortijo, la diligencia; hemos sacao buen dinero”. En fin, lo propio, el trabajo d’ellos.
Mientras tanto uno pilla una cazuela mu grande y enciende un fuego pa aviar de comer. Y ella se ponía de cuando en cuando:
- ¡Ay, ay!
- Calla chiquilla, que nos matan.
- ¡Es que me meo!
- ¡Pero mujer, por Dios!
- ¡Que me meo, que no puedo aguantar más!
- ¡Pos meate ya y que sea lo que Dios quiera!
Total, que se mea y viene a caer en la cazuela, y el bandío cocinero dice:
- ¡Anda, el aceitico que faltaba!
Sigue haciendo la comida y ya que está casi pa apartala, otra vez María:
- ¡Marío mío, que me cago!
- ¡Pero mujer, por Dios, que de la otra salimos pero d’esta no salimos!
- Pos no puedo más, no me puedo aguantar.
Va y echa un buen furullo y cae en la cazuela y dice el bandío:
- ¡Ay, las papicas que faltaban!
Ya terminando de hacer la comida, dice el cocinero:
- Id preparándose muchachos, que pronto vamos a comer.
Hicieron la redonda pa comer y no hacen más que poner la cazuela en medio y ya iban a meter las cucharas cuando dice María:
- ¡Marío mío, que no puedo tener más puerta acuestas!
- ¡Mujer, por Dios, de aquellas dos salimos! Pero como caiga la puerta p’abajo, ¿qué va a quedar de nosotros?
- ¡Ay, que ya no puedo más! ¡Ay, que tengo las espaldas que no puedo, que estoy desollá ya! ¡Que no puedo, que se me cae la puerta!
- Pero mujer, ¡aguanta por Dios!
- ¡Nada!
- ¡Pos que sea lo que Dios quiera!
Tenían allí puesto to lo que habían sacao en el día, el dinero que habían contao, puesto en un buen montón. Conque va ella y hace ¡cataplum! deja caer la puerta y viene la puerta ¡pom! ¡pom! ¡pom! ¡pom! ¡¡¡pooomm!!!
De que sienten los bandíos aquello dicen:
- Alguien que nos ha visto.
Pillan el camino y salen juyendo. Ya se bajaron ellos y lo primero se tiraron a la comía, que estaban esmayaos. Y al ver los cuartos que habían dejao los bandíos dice él:
- ¡Vaya mujer, pos to las cosas tienen recompensa en esta vida! Perdimos uno, pero mira por dónde ha venío la cosa pa que ganemos otro. ¡Vámonos!
Pero una vez que los bandíos estaban lejos, le dice el capitán a un tuerto que tenía en la banda:
- Mira tuerto, tú que eres bien atrevío y valiente, pilla el camino y ves a ver que ha pasao, a ver si hay muchos.
Ya era mu de noche y María y el marío escasamente veían comer con las poquillas brasas que quedaban. Y entonces va el tuerto, se acercó tanto, sin querer, donde estaba ella:
- ¡Ven acá tortón, ven acá riñón!
A cá cuchará de comía, de contenta, se ponía:
- ¡Ven acá tortón, ven acá riñón!
Y venga que venga, en una d’esas pilla al tuerto de la nariz y venga apretale:
- ¡Ven acá tortón, ven acá riñón!
El tuerto, dando alaríos, pilla el camino, se escapó como pudo, y sale juyendo a donde estaban los otros. Al llegar le dice el capitán:
- ¿Qué? ¿Son muchos los que hay? ¿Son muchos migueletes?
- Lo que hay allí es un diablo que m’a echao mano y venga decir "¡ven acá tortón, ven acá riñón!" que si no salgo juyendo astilleao me saca el otro ojo.
De modo que, los bandíos se fueron y ellos se fueron a su casa. El ya no fue viajante, ya con el dinero que se habían llevao de los bandíos vivieron felices, comieron perdices y una mijica de alcaravea pa que tú te lo creas.

2 comentarios:

Unknown dijo...

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